Tocó rearmar

Recorrer el país, como venimos haciendo con Fundación Salud desde hace un lustro, te da la oportunidad de conocer un sinfín de personas e historias. A partir de ello el contacto sigue vivo y abierto para compartir otros proyectos e iniciativas. Este fue el caso de Mariel, quien junto a Stella en Treinta y Tres fundaron en 2016 el grupo de apoyo a pacientes oncológicos Colibríes.

Luego de la visita al departamento olimareño en abril pasado, Mariel me comparte un afiche sobre una charla sobre adicciones, que no pude más que asociar con conversaciones sobre el asunto compartidas en oportunidad de nuestra última estadía allí. El tema en cuestión es la juventud, la comunidad, los proyectos vitales, la droga, las adicciones y el suicidio, en no pocos casos, como una triste y dolorosa decisión que toman muchos jóvenes.

El tema nuevamente me lleva a pensar en el contexto, en cómo nuestras sociedades se han ido transformando al ritmo de los avances tecnológicos, en cómo hemos pasado de la idea de progreso, bienestar económico y felicidad a otra época en donde lo que parece instalada es la desconfianza, la incertidumbre y la fragilidad de los vínculos.

El lego que teníamos armado se derrumbó y las fichas han quedado sueltas, esparcidas. Están prontas allí, a nuestro alcance, para que armemos algo nuevo, para que innovemos, creemos y quizás también nos equivoquemos. Igualmente fallar es mejor que no intentar.

Los vínculos. Somos historia de vínculos, que se instalan en nuestro «software» a base de repetición (como la gota que horada la piedra). Primero fue el vínculo materno, a raíz de nuestra dependencia absoluta al nacer. Vínculo hecho a base de sostén y caricias. Antes que el «yo» se instale en la «cabeza» fuimos «yo cuerpo». Nacemos con el cuerpo entero (por fuera) y al mismo tiempo fragmentado (por dentro). Serán el sostén, las caricias y los cuidados maternos (fundamentalmente) y paternos lo que harán de ese cuerpo una unidad. Instalado el «centro de comando» en la cabeza le seguirá la presentación del mundo, vale decir de aquello que está más allá del nido. En gran medida tendemos a ver el mundo acorde a cómo nos lo relataron nuestros referentes cuando éramos pequeños. En el nido era mamá y la cría, la placenta psíquica. Más allá del nido hay otro mundo, la cultura, para lo cual será necesario que quien cumpla la función materna (el envase no garantiza la función) pueda «mirar para otro lado», pueda hacer foco en otra «cosa» que no sea su pequeño rey/reina. Atender otra cosa que no sea al pichón/pichona en algunos casos se llamará papá o pareja de la madre, salir con las amigas, ir a trabajar o ir a bailar zumba, etc; o un conjunto de todas ellas.

En síntesis: primero ser amado en el nido y, con ese vínculo internalizado, luego amar fuera de él. De Rey a Príncipe, para luego reinar al lograr «armar rancho aparte» y «fundar» un nuevo «reino».

¿Me logré explicar? Va en palabras e imágenes: primero su majestad el bebé…

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Si todo anda bien su «majestad el bebé» se irá convirtiendo en Príncipe, siguiendo durante buen tiempo el camino de sus padres…

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Hasta que en la adolescencia comience a «alejarse» (físicamente primero) del nido, a volar en bandada y en el mejor de los casos lograr volar sólo/a como un águila y «fundar su propio nido/reino», habiendo para ello podido cruzar el puente que lleva de la niñez a la adultez. Hay personas que se quedan en el puente, por eso la adolescencia no es un asunto del calendario y la cédula, sino un estado de la mente.

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El primer partido se juega en el seno familiar. Lo que allí no camine bien «hará ruido» en el siguiente ámbito, es decir en el de socialización: jardín y/o escuela. El siguiente gran cotejo es en la adolescencia, segunda oportunidad para instaurar lo que no pudo ser instalado en la primera infancia: la ley.

Lo mismo pero desde un enfoque de banquina: lo que no camine bien y no se logre «corregir – solucionar – encausar» en un juzgado de familia tiene grandes probabilidades de terminar en un juzgado penal tiempo después (como cuando tras algún hecho violento los medios de comunicación nos informan de «la película que hay detrás de la foto»). Como en cascada o bola de nieve, la ley no instaurada en la familia, ni en los ámbitos educativos, terminará, en el mejor de los casos, con «ruidos» en el ámbito laboral, o en el peor de ellos «cayendo en manos» del Poder Judicial.

A continuación, misma foto con y sin funcionamiento de algo que regule (en este caso los semáforos). La ley, siempre la ley y el ejercicio de la autoridad…

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El ejercicio de la autoridad hoy como nunca antes es un asunto de vital importancia., desde lo que sucede en el ámbito más íntimo (familia), hasta lo que acontece en lo educativo y por supuesto también en el ámbito comunitario (¿existen hoy zonas sin ley donde no es el Estado, a través de sus instituciones, el que regula la vida en comunidad?).

Antes estaba bastante claro qué estaba permitido y qué prohibido, qué estaba aceptado y qué rechazado, así como qué era bueno y qué era malo.

Actualmente todo parece estar más difuso y para ello es crucial en primer lugar no caer en la decadencia de ponernos nostálgicos y añorar una época que no regresará. Vivimos tiempo de oportunidades, de desafíos que nos invitan a innovar. Como de costumbre el principal obstáculo para el cambio somos nosotros mismos.

La coyuntura histórica no ayuda con sus mensajes de que todo se puede, que los objetos llegaron para garantizarnos la felicidad y que todo se juega en el hoy, en el ya, en el ahora. Tiempos los actuales que no quieren saber de nada con la historia, con los procesos, con la palabra, con lo simbólico.

¿Quién más sino los adultos para retomar algunos «no» en los diversos ámbitos? El «no» en su función estructurante, porque cuando todo se puede nada se puede. El «no», al introducir lo prohibido, también y sobre todo abre el juego a lo posible, a los proyectos colectivos y también los singulares.

En todos los niveles (comunitario, educativo, laboral y personal/familiar) tocó rearmar, pensar y reflexionar como tareas permanentes. Freud decía que había tres tareas interminables a lo largo de la vida: educar, gobernar y analizar. El tándem reflexión-acción llegó para quedarse, como una tarea permanente, en un mundo necesitado de referencias, rumbo y entusiasmo.

La capacidad de estar a solas es uno de los mayores signos de madurez, en la medida que no se cae ni en un extremo (aislamiento) ni en el otro (dependencia patológica a personas, objetos o sustancias). Trabajar para propiciar esta capacidad de estar a solas, en y desde todos los ámbitos posibles, es hoy un asunto necesario para salir de un mundo adicto. Léase adicto, adicción, como a-dicción, es decir aquello que no se puede decir, aquello de lo que no se puede hablar.

Actualmente el desafío para cualquiera que dirige una nave (uno mismo, familia, empresa -con o sin fines de lucro-, organización  -gubernamental o no-) es primero que nada reconocer la realidad, amigarse con ella y no negarla; en segundo término darse cuenta que recurrir a viejas recetas es sinónimo casi seguro de convertir una crisis en una catástrofe; y en tercer lugar abordar la complejidad de las situaciones desde un enfoque que contemple el caso a caso, la cercanía emocional como «la estrategia» y la red como metáfora para transformar la realidad reuniendo personas, ideas y recursos.

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