Iceberg 15

Sin prisa y sin pausa comenzamos a tomar la recta final del año. Quedan dos meses y quién sino el covid-19 y sus consecuencias sigue entre nosotros. Finales de octubre y en nuestro Uruguay la cantidad de infectados ha venido en aumento y el famoso índice de Harvard señala que muchos departamentos han dejado de estar en verde para pintarse de amarillo.

¿Noticias para preocuparse? Parecería que no, a pesar de que China confinó recientemente una tercera ciudad a causa de los últimos rebrotes del virus, al tiempo que en EEUU fue autorizada la vacuna anti-covid de Pfizer para niños entre cinco y once años.

Todavía seguimos recogiendo los escombros que se derivan de este fenómeno global que no ha dejado a nadie inerme, mientras aún no estamos en condiciones de afirmar que toda esta crisis haya terminado. Las olas de este tsunami instalaron la pérdida como asunto central: encierro, aislamiento y ausencia de contacto durante tiempo prolongado. La falta de despedidas, acompañamientos y encuentros fueron protagonistas del último año y medio; y ello está comenzando a pasar factura ahora que lo peor del virus parecería haber pasado.

Los números de infectados, internados en cuidados intensivos y fallecidos por covid todo indica que ya no representan un problema de salud pública. Sin dudas un dato no menor. Lo que sí es mayúsculo, o ya lo era y antes del virus no lo podíamos o queríamos apreciar, es el reto sanitario en materia de salud mental. No es solo beneficioso sino necesario, y más que nada un asunto ético, ampliar la cobertura de atención psicológica hoy disponible en el sistema. Gran parte del futuro se juega allí.

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