El 2022 se termina y pronto, en marzo, se cumplirán tres años desde el comienzo de la pandemia, cuando todos, sin excepciones, nos  encontramos de la noche a la mañana afectados por las medidas de distanciamiento y restricciones impuestas por los gobiernos a lo largo y ancho del globo. Las vacunas, durante 2021, trajeron algo de sosiego y tranquilidad. Mientras tanto, este año que ahora se está terminando se convirtió en un año bisagra, que ha significado un tiempo de transición entre lo más duro de la pandemia y este nuevo tiempo sin tapabocas.

¿Qué nos ha dejado como legado la pandemia? Sin dudas que una sensación de fragilidad y vulnerabilidad en numerosos casos, así como también de paciencia, solidaridad y esperanza en muchos otros.

Las crisis “golpean” y la experiencia de atravesarlas es singular y solo analizable de persona en persona. Mientras que para algunas personas la crisis habrá sido solo un poco de agua y viento, para otras personas la crisis habrá sido la tormenta perfecta. Entre uno y otro polo encontramos un sin fin de registros, de historias personales que tuvieron a la pandemia como acelerador de desorganizaciones en proceso o de catalizador para la evolución y el crecimiento.

El tiempo pandémico es una incógnita si será olvidado o no. Lo cierto es que pandemias como la del Covid-19 no sabemos si se repetirán. Diferente será la situación en los entornos personales de cada quien, donde sí ocurrirán crisis, algunas previstas y otras no. Ante unas y otras es oportuno preguntarse si estamos preparados o no para afrontarlas, si estamos aptos para responder adaptativamente o, por el contrario, si nos encontrarán fuera de forma psíquica.