Equipos cuidados, sinónimo de equipos comprometidos, responsables y compasivos

Trabajar en el cuidado de personas, así como en otras profesiones de trinchera, como la salud y la educación, puede resultar desafiante, estresante y emocionalmente exigente.

Invisibilizar, minimizar o desnaturalizar las emociones involucradas en la atención y cuidado de las personas puede ser el caldo de cultivo para el estrés y el burnout, que atentan contra una atención que sea tanto humana como compasiva.

Así, tal vez no sea una sorpresa que muchos trabajadores informen sentirse estresados ​​y en algunas oportunidades manifiesten que se sienten incapaces de hacer frente a las obligaciones y necesiten tomarse un tiempo libre. ¿Pero esto invariablemente tiene que ser así?

¿Hay que hacer gala a esa frase que reza: «no tienes que estar loco para trabajar aquí, pero ayuda“?

Trabajar cuidando personas no tiene que ser sinónimo de estrés, desgaste y en el peor de los casos burnout, por lo cual es crucial obtener la ayuda y el apoyo adecuados. Todo trabajador que cuida personas sabe que hay momentos en los que necesita hablar sobre cosas que ha experimentado en el trabajo y cómo le han afectado personalmente de muchas maneras diferentes. Igualmente, a veces simplemente puede ser valioso escuchar a otras personas hablar sobre sus experiencias.

Puede ser increíblemente valioso y tranquilizador saber que uno no es la única persona que ha pasado por un momento difícil en el trabajo o que ha reaccionado ante algo o alguien de una manera particular.

Por todo ello, cuidar y desarrollar a las personas que están en la primera línea de la organización constituye una inversión que deriva en más calidad y excelencia en los servicios, mayor retención y satisfacción de los colaboradores, una cultura más fuerte, así como una mayor productividad y rentabilidad.

“Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino”.

Gabriela Mistral

Durante una clase, hace varias décadas, le preguntaron a la antropóloga estadounidense Margaret Mead cuál era para ella el primer signo de civilización. Los alumnos esperaban que hablara de una olla de barro, un anzuelo o una piedra de moler; sin embargo, Mead se refirió a un fémur cicatrizado luego de una fractura.

En el reino animal, explicó la antropóloga, si te quiebras una pierna significa estar muerto, puesto que no puedes procurarte comida o agua ni huir del peligro, siendo así presa fácil para los depredadores. Y agregó, además, que ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo suficiente como para que el hueso se suelde por sí sólo.

De modo que un fémur quebrado y luego curado evidencia que alguien se quedó junto al que se lo rompió, además de vendarle e inmovilizarle la pierna fracturada. Es decir, que lo cuidó y atendió mientras se recuperaba. Ese fue para Mead el primer signo de civilización.

La anécdota sobre Mead viene a cuento para destacar la enorme labor que se lleva a cabo en un residencial para personas necesitadas de atención y cuidados. La fragilidad, vulnerabilidad y dependencia son características inherentes a nuestra condición humana, que se tornan más visibles cuando la o las enfermedades llegan a la vida de una persona.

Cuidar a los residentes, brindarles una atención compasiva, aliviar su sufrimiento, reconocerlos, valorarlos y respetarlos está en el ADN de las casas de Grupo Life. Esto último es posible hacerlo mucho mejor si los equipos encargados de llevar a cabo la tarea también se sienten cuidados, valorados y reconocidos como personas y no solamente como empleados.

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