Trabajar en el cuidado de personas, así como en otras profesiones de trinchera, como la salud y la educación, puede resultar desafiante, estresante y emocionalmente exigente.
Invisibilizar, minimizar o desnaturalizar las emociones involucradas en la atención y cuidado de las personas puede ser el caldo de cultivo para el estrés y el burnout, que atentan contra una atención que sea tanto humana como compasiva.
Así, tal vez no sea una sorpresa que muchos trabajadores informen sentirse estresados y en algunas oportunidades manifiesten que se sienten incapaces de hacer frente a las obligaciones y necesiten tomarse un tiempo libre. ¿Pero esto invariablemente tiene que ser así?
¿Hay que hacer gala a esa frase que reza: «no tienes que estar loco para trabajar aquí, pero ayuda“?
Trabajar cuidando personas no tiene que ser sinónimo de estrés, desgaste y en el peor de los casos burnout, por lo cual es crucial obtener la ayuda y el apoyo adecuados. Todo trabajador que cuida personas sabe que hay momentos en los que necesita hablar sobre cosas que ha experimentado en el trabajo y cómo le han afectado personalmente de muchas maneras diferentes. Igualmente, a veces simplemente puede ser valioso escuchar a otras personas hablar sobre sus experiencias.
Puede ser increíblemente valioso y tranquilizador saber que uno no es la única persona que ha pasado por un momento difícil en el trabajo o que ha reaccionado ante algo o alguien de una manera particular.
Por todo ello, cuidar y desarrollar a las personas que están en la primera línea de la organización constituye una inversión que deriva en más calidad y excelencia en los servicios, mayor retención y satisfacción de los colaboradores, una cultura más fuerte, así como una mayor productividad y rentabilidad.
Durante una clase, hace varias décadas, le preguntaron a la antropóloga estadounidense Margaret Mead cuál era para ella el primer signo de civilización. Los alumnos esperaban que hablara de una olla de barro, un anzuelo o una piedra de moler; sin embargo, Mead se refirió a un fémur cicatrizado luego de una fractura.
En el reino animal, explicó la antropóloga, si te quiebras una pierna significa estar muerto, puesto que no puedes procurarte comida o agua ni huir del peligro, siendo así presa fácil para los depredadores. Y agregó, además, que ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo suficiente como para que el hueso se suelde por sí sólo.
De modo que un fémur quebrado y luego curado evidencia que alguien se quedó junto al que se lo rompió, además de vendarle e inmovilizarle la pierna fracturada. Es decir, que lo cuidó y atendió mientras se recuperaba. Ese fue para Mead el primer signo de civilización.
La anécdota sobre Mead viene a cuento para destacar la enorme labor que se lleva a cabo en un residencial para personas necesitadas de atención y cuidados. La fragilidad, vulnerabilidad y dependencia son características inherentes a nuestra condición humana, que se tornan más visibles cuando la o las enfermedades llegan a la vida de una persona.
Cuidar a los residentes, brindarles una atención compasiva, aliviar su sufrimiento, reconocerlos, valorarlos y respetarlos está en el ADN de las casas de Grupo Life. Esto último es posible hacerlo mucho mejor si los equipos encargados de llevar a cabo la tarea también se sienten cuidados, valorados y reconocidos como personas y no solamente como empleados.
Excelente trabajo
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias Elizabeth, abrazo!
Me gustaMe gusta