Iceberg 14

Hemos pasado la mitad del año y lentamente parece que lo más fuerte del virus nos está dejando, al menos lo que corresponde al número de infectados, ingresados a CTI y fallecidos.

Desde que la oficina de la OMS en China dio cuenta de la aparición de la enfermedad en diciembre de 2019, la pandemia ha provocado unos 4,5 millones de muertos en el mundo y unos 220 millones de infectados. Cifras que por si solas no dicen nada sobre las historias singulares de personas y familias que han visto como sus vidas fueron impactadas por este tsunami global.

Mientras volvemos a la normalidad, ya sea la nueva o la vieja, lo cierto es que tras este traumatismo global hemos quedado en estado de alarma y viviendo con mayor sensación de incertidumbre. Es como si estuviéramos parados en un gran rock & samba, procurando hacer equilibrio psíquico para no desabarrancarnos y caer heridos.

Con el agua volviendo a su cauce lo que está quedando es un tendal de padecimientos, algunos reactivos a este año y medio de crisis y otros agravados por el aislamiento y encierro al que estuvimos sometidos.

Ante este panorama es necesario, y ya no solo beneficioso, pensar cómo haremos para fortalecer los lazos que nos permitan pensar y actuar en conjunto, en detrimento de una cultura que a veces pareciera promover el sálvese quien pueda. Mejorar el acceso a más y mejores servicios de atención psicológica, en sus diferentes vertientes y dispositivos, se presenta como uno de los grandes aprendizajes y desafíos que nos deja el covid-19. Sigamos trabajando para contribuir a ello.

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