Los colectivos que formamos los humanos, desde uno mismo, una familia, una empresa, hasta una nación, son como organismos vivos, en transformación permanente, cambiando al mismo tiempo que su entorno se modifica. Cualquier organismo vivo es un sistema abierto en mutación constante junto al contexto del que forma parte, como aquella parábola del agua caliente y el café: una vez en contacto, ambos se ven transformados.
Este fin de semana que pasó leí con asombro y perplejidad las declaraciones del Director Nacional de Policía, Mario Layera en el diario El Observador. El tenor de sus afirmaciones no son «moco de pavo», fundamentalmente de parte de un jerarca cuyo cargo es designado políticamente. Si bien lo que afirma es algo que se respira en el aire diariamente, el escucharlas de parte de un funcionario de su rango hace pensar, al menos, lo siguiente: en cualquier momento será invitado a dejar su puesto y en ese sentido, perdido por perdido, se anima a manifestar lo que no estaba autorizado a hacer.
Aquí algunas de sus afirmaciones en la que me interesa detenerme y comentar:
De ser cierto lo que afirma Layera (el Estado funciona compartimentadamente, léase en chacras, silos, etc) estamos ante un organismo (el Estado) que gestiona no muy bien su conocimiento. Sabe lo que quiere: para los más rezagados del pelotón elevar y garantizar los niveles de educación, atención sanitaria y vivienda (las necesidades básicas); en tanto que generar las condiciones para que los que ya están en carrera puedan traccionar más y mejor. Todo eso es posible solamente en un marco de seguridad general, caracterizado por saber que hay alguien que fija el rumbo, maneja el timón y sanciona a aquel/llos que se salen del camino. A veces con roja directa y otras con la gradualidad necesaria que permita, al sancionado, volver a «jugar dentro de las reglas».
Si la afirmación de Layera coincide con la realidad, es como una pareja que cría a su hijo con libretos diferentes: mientras uno le dice que a las 22 hs tiene que acostarse para estar descansado al día siguiente, el otro miembro le hace saber que se puede acostar cuando él/ella decida. Función materna y función paterna: la primera sostiene, alberga, cobija, mientras que la segunda corta, intercede, «pone el palo».
La funciones no se corresponden con la anatomía, de ahí la frase que el «envase no garantiza la función». «Tener pito» no quiere decir que pueda ejercer la función paterna, ni haber albergado durante nueve meses en su panza garantiza que una mujer pueda conectar, albergar y crear la «placenta psíquica» con su cría. De tan simple, creo yo, se convierte en tan complejo. Es este un asunto singular por excelencia, del caso a caso. Lo importante es que las dos funciones «jueguen en equipo» y esto es independiente de la presencia física de una o dos personas. Sea un hombre y una mujer, una mujer o un hombre sola/o e incluso una pareja homosexual, será clave que uno de los miembros de la pareja esté preocupado por el calor del nido y otro de la enseñanza del vuelo de su cría. También un hogar monoparental puede garantizar las dos funciones, la de dar calor y la de estimular el vuelo, la futura autonomía. O en otras palabras, de las raíces y de las alas.
La función materna, siguiendo una metáfora del psicoanalista francés Jacques Lacan, es equiparable a un cocodrilo…
… así como lleva en su boca a su cría, brindándole calor y protección, también se la puede devorar.
Será la función paterna (recuerde que el «envase no garantiza la función» – tener envase de coca no quiere decir que tenga coca en la botella) la que se interponga (como una estaca entre las fauces de la boca del cocodrilo) y corte con ese deseo insaciable.
Decía Confucio que a los hijos hay que educarlos con un poco de hambre y un poco de frío, equiparable (en criollo) con la idea de que a los hijos hay que prepararlos para el camino y no el camino para ellos. En clave cristiana, la crianza sería algo así como ir del dar pescado (en los primeros tiempos) a la enseñanza de la pesca.
Volviendo a la afirmación de Layera, no sería descabellado pensar que el Estado es como una pareja que, lejos de funcionar en equipo, está teniendo comportamientos divergentes. Siguiendo la aseveración de Layera, pareciera que hay instituciones estatales que sólo dan pescado, mientras que otras ni penitencia pueden imponer. ¿Las instituciones estatales viven bajo el mismo techo (Poder Ejecutivo) pero duermen en cuartos separados?
Tal vez como sociedad no estamos dando el paso que lleva de la igualdad a la equidad. ¿Qué queremos premiar? ¿Estamos definiendo bien, en la imagen de la derecha, quién es el adulto, quién el joven y quién el niño; y en consecuencia, a quién le asignamos los cajones? Seguro que para Layera no.
También afirma el Director de Policía:
El pelotón (la sociedad) se estira y tiende a fragmentarse, a separarse. El Estado, a través de sus organismos, sea o no cierto lo que afirma Layera, o juega en equipo, integrando sus funciones (de sostén y de corte), o tendrá que pedalear no uno sino varios pelotones. Lo peor es que tendrá que compartir sus funciones (de sostén y de poner orden) con otros actores, no estatales, cuyas motivaciones centrales se llaman dinero, poder, anarquía y violencia.
Otras sociedades ya lo han experimentado, entre ellas las centroamericanas que cita Layera, y la experiencia indica que los más acomodados, económicamente hablando, son los que se pueden refugiar en barrios privados (armar su propio pelóton, despegado) y desconectar del resto. Obviamente los que pueden hacer esto son unos pocos.
El mundo actual (lejano de aquel en que el lo bueno y malo, lo prohibido y permitido, estaba más claro) requiere cada vez más juego de equipo e integridad para el que gobierna algo, sea esto una familia, una organización o un país. El desafío, para nuestros países y organizaciones, es conservar el pelotón lo más cohesionado posible, evitando su estiramiento, su disgregación. Para ello, predicar con el ejemplo se está tornando en un asunto vital. ¿Llegará un tiempo en que los gobernantes (independiente de quien esté a cargo del timón) prediquen con el ejemplo y envíen a sus hijos y/o nietos a la educación pública, los atiendan en los hospitales públicos y hagan jugar en equipo a la «función paterna y materna» institucional? Los líderes comen al final; de lo contrario no es posible hablar de liderazgo.
6 comentarios sobre “Pelotón estirado = peligro”