¿Volverán las lentas?

Hacía un buen tiempo que estaba por abordar el tema. Entre uno y otro post leía algo sobre el asunto, con el foco puesto de que en algún momento ordenara los conceptos y los volcara aquí para compartirlos. He estado leyendo y releyendo a diversos autores, como Gilles Lipovetsky, Byung-Chul Han, Zygmunt Bauman y Eva Illouz, entre otros, quienes arrojan luz sobre la temática que hoy encaro bajo la pregunta qué ha pasado que ya no pasan canciones lentas en los bailes. O en otras palabras, qué ha sucedido en los últimos 20-30 años que vienen erosionándose, en el amor y en las relaciones, aquellos espacios intermedios que nos enlazaban a los otros, espacios de construcción, hechos de palabras, de malentendidos, de alegrías, frustraciones y sobre todo de riesgo.

En diversas entradas anteriores me he referido a las características del mundo en que estamos viviendo. Lo he hecho aludiendo a las coordenadas globales del cambio, cuando hablaba del tránsito de un mundo ordenado, estable y certero a otro cambiante, volátil e incierto. Bauman se hizo famoso hablando de la liquidez del mundo actual, en contraposición a la solidez del tiempo pretérito: se esfumó el trabajo para toda la vida en la misma organización, así como las relaciones, como el matrimonio, para toda la vida hasta que la muerte nos separe.

Ese espacio intermedio, que antes podía ser la esquina de un barrio donde los jóvenes se encontraban, se ha desvanecido. Los niños pasan gran parte de su crianza de una institución a otra, de la escuela al club, del club a la escuelita de fútbol y de la clase de danza a la casa de algún/a amigo/a. El espacio público ha dejado de ser un espacio seguro y confiable. El otro, los otros, han dejado de ser predecibles. Ya no sabemos en qué anda el otro, qué piensa, a qué le teme y qué quiere y desea. Solos pero interconectados.

Las tradiciones que encuadraban el comportamiento de la gente han caído o están muy débiles. Los alambrados han caído y donde antes se leía sacrificio y deber hoy se lee felicidad y realización. A fines de los años 80 e inicios de los 90 del siglo XX, Fido Dido, personaje del refresco 7up de Pepsi, proclamaba la máxima Hacé la tuya. Tres décadas después, el lema se ha generalizado y potenciado gracias a la oferta tecnológica. Interconectados y solos. Liberados del corral, autónomos y libres andamos por la pradera, anhelando el desarrollo personal, la felicidad y el bienestar permanente.

Las pasiones, antaño puestas en desafíos colectivos como la política y la religión, hoy se enfocan en la esfera privada, en los intereses propios, en cómo tener éxito en la vida, hacer bien el trabajo y tener una buena vida familiar. El autor surcoreano (radicado en Alemania) Byung-Chul Han, dirá que los sujetos contemporáneos nos estamos autoexplotando, que estamos en guerra, sin muro y sin enemigo. En guerra con nosotros mismos, procurando optimizarnos, mejorar nuestro rendimiento y lograr los resultados.

«El poder inteligente halaga a la psique en vez de reprimirla o disciplinarla. No nos obliga a callarnos. Más bien nos anima a opinar continuamente, a compartir, a participar, a comunicar nuestros deseos, nuestras necesidades, y a contar nuestra vida. Se trata de una técnica de poder que no niega ni reprime nuestra libertad sino que la explota. En esto consiste la actual crisis de libertad»Byung-Chul Han

Llegados hasta acá podríamos preguntarnos qué tiene de malo esto de querer ser feliz, alcanzar los objetivos personales y ser cada día mejores personas. El asunto, creo yo, no es sobre lo bueno y lo malo sino sobre los efectos de mirarnos tanto el ombligo (intereses individuales), de no sentirnos obligados a estar integrados en un grupo. Mi agenda y mis intereses: producción, utilidad y rendimiento.0023609732.jpg

Esta era, en la que el poder y no el deber es el lema guía, también alcanza al amor y las relaciones. El utilitarismo llegó, quién sabe si para quedarse, a los vínculos. La inmediatez y la facilidad caracterizan a las apps para contactar y/o buscar pareja. Tinder y Happn, al estilo góndola de supermercado, ofrecen sus productos, al alcance del scroll y el click. Eligiendo y comprando por internet. Las posibilidades parecen ilimitadas, así como también la ansiedad y depresión que muchas veces resulta de la ausencia de otros en el camino de la auto-realización.

«Servirse de internet para ligar es propio de quienes han sido malcriados por el facilismo del mercado de consumo, que promete hacer de cada elección una transacción segura y única, que no genera obligaciones a futuro; un acto sin imprevistos, sin ulteriores gastos, un gesto no vinculante»Zygmunt Bauman

Las personas como mercancías para ser elegidas y utilizadas y el amor y el sexo como asociados al rendimiento y a la gimnasia (viagra mediante) alejan a las personas de aquellos con quienes contactan. Conectar es una cosa y conocer otra. Una cosa es el perfil y otra la profundidad. ¿Vivimos en un mundo donde todo tiene que ser enamoramiento… donde todo tiene que girar en torno a esa idea de completud y de la media naranja?

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El imperio de imágenes en que vivimos, a través de los diferentes dispositivos tecnológicos, es a lo pornográfico lo que la palabra al erotismo y a bailar canciones lentas en pareja. Allí donde abundan las imágenes hay ausencia de fantasía, de relación entre personas singulares, con su propia historia.

En tiempos donde el ideal es consumir, utilizar y descartar, en beneficio de la auto-realización y optimización del rendimiento personal, el acto revolucionario es salir al encuentro de los otros, a sabiendas de que ese acto riesgoso es el más parecido a estar vivo.

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