Si te digo soledad…

En junio de 2016, durante la recta final de la campaña del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE (Brexit), la diputada Jo Cox, una política emergente de 41 años, fue asesinada a la salida de un acto público. Diputada desde 2015, Cox impulsó la elaboración de un informe sobre la soledad y en enero de 2018, un año y medio después de su muerte, la primer ministro Theresa May anunciaba la creación del Ministerio de la Soledad y posteriormente, en octubre pasado, lanzaba la primera estrategia para hacerle frente.

Así como en Reino Unido, también en España y EEUU se han desarrollado estudios e investigaciones procurando arrojar luz y soluciones al fenómeno de la soledad. Juan Díez y María Morenos encabezaron la investigación «La soledad en España», al tiempo que en EEUU se destacan dos estudios, uno en Harvard encabezado por el doctor Jeremy Nobel (“The UnLonely Project”) y otro en Chicago dirigido por John Cacioppo.

En Inglaterra, la estrategia gubernamental reunió los desarrollos que aportan las nuevas tecnologías con un enfoque comunitario, creando propuestas diversas que van desde el desarrollo de redes de atención social a domicilio, a la promoción de call-centers y espacios de encuentro como Men in Sheds o los Knit and Nattergroups.

Estos estudios, que fundamentalmente desde la sociología iluminan el fenómeno de la soledad, dan cuenta que el mismo no es un hecho aislado sino que tiene toda la potencia para convertirse en una epidemia, en la medida que afecta a un número creciente de personas, con consecuencias potencialmente graves para la salud. El aislamiento, que es diferente a la soledad, se lo relaciona ampliamente con la posibilidad de desarrollar depresión, abusar de sustancias y con un deterioro general de la salud, incluidos los suicidios.

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Todos en lo mismo y cada uno en lo suyo

La modernidad líquida, al decir de Bauman, es el tiempo que nos toca vivir; contemporaneidad caracterizada por un empuje al consumo y a lo nuevo, en el que las relaciones sociales quedan muchas veces colonizadas al servicio del mercado y en detrimento de los sujetos concebidos como ciudadanos. Las leyes de la oferta y la demanda también han alcanzado a las relaciones personales. Como sucede con la fuerza de gravedad, la cultura de nuestra época, o si se quiere el guión invisible que ésta promueve, tiende a ubicar a los sujetos como consumidores y bienes de cambio, así como productos que para generar demanda deben captar la atención. ¿Será que nos hemos convertido en un gran supermercado y/o shopping center?

En este marco general, también signado por el ocaso de los grandes relatos que regulaban la vida en sociedad, la soledad (en singular y también el plural) se ha convertido en un dilema de proporciones. Así como hay que distinguir soledad de aislamiento, también hay que decir que hay soledades que se padecen y otras que no. Una cosa es estar físicamente solo y psíquicamente acompañado y otra bien diferente es estar aislado socialmente y desligado de redes socio-afectivas. Varios son los ejemplos de esto último: los jóvenes japoneses que se encierran en sus dormitorios, los adultos deprimidos tras perder sus trabajos y/o haber fracasado en una relación afectiva, los adictos, así como los autistas.

Para comprender algo del malestar contemporáneo quizás podríamos servirnos de lo siguiente: si a inicios del siglo pasado las familias se reunían alrededor de una radio para escuchar las noticias, luego hicieron lo mismo cuando apareció la televisión y algo cambió cuando aparecieron los walkman, que habilitaron a que cada uno escuchara lo que quisiera, en la actualidad la situación es bien conocida. Las pantallas y las imágenes parecieran hipnotizar a numerosos sujetos, que no dejando de atender lo que allí sucede van desligándose, aislándose y desinteresándose por sus semejantes.

Cantidad no significa calidad. Aún cuando se pueda tener cientos o miles de amigos virtuales, que a primera vista podría ser sinónimo de una rica vida interpersonal, ello no implica el cultivar y desarrollar relaciones medianamente profundas. Una vida rica en afectos y relaciones quizás pueda decirse que es consecuencia de la calidad de las conversaciones profundas y verdaderas que podamos mantener, no con un millón de amigos, sino con esa red más íntima con la que compartimos cotidianamente.

Vivimos en una época paradojal: a mayor interconexión virtual (universal, múltiple e instantánea) mayores son los índices de soledades psíquicas y aislamientos físicos. Así como esacasea el buceo y la reflexión y aumentan las patologías de la impulsividad y la inmediatez (adicciones varias), la pregunta es cómo lidiar con estas nuevas modalidades en que las personas están enlazándose. Quien sabe si en nuestras latitudes crearán una secretaría de Estado para combatir las soledades o para aumentar los índices de felicidad. Más allá de esto, para los terapeutas la invitación es a trabajar en el uno por uno, atendiendo la singularidad de cada persona, quizás para que en lugar de intoxicarse frente a las pantallas los sujetos encuentren en su historia aquello con lo que orientarse en un mundo que no quiere saber nada con el pensar, la regulación y lo que le sucede a nuestros semejantes.

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