En situaciones cotidianas variadas, ya sea paseando, comiendo, en el super o acompañados de amigos, familiares o eventualmente famosos, sacarse fotos es una práctica que parecería llegó para quedarse. Y la cosa no queda ahí, porque también están los que eligen sacarse fotos en lugares o situaciones extremas, desde rascacielos, acantilados, junto a animales salvajes o en cualquier otro lugar extraño y/o peligroso.
De hecho, según un estudio que habrían realizado investigadores de la Biblioteca Nacional de Medicina de EEUU, 259 personas murieron entre 2011 y 2017 tratando de tomarse una selfie en situaciones extremas. Además de los lugares ya citados, otras causas comunes de muerte por tomarse selfies son el ahogamiento, los accidentes de tránsito, las caídas, electrocuciones y accidentes con fuego y armas. Los estudios revelan que estos incidentes no sólo van en aumento (en 2011 se registraron tres casos, 98 en 2016 y 93 en 2017), sino también que el número real de muertes por selfie puede ser mucho mayor ya que esta no es la causa que se termina registrando como razón de la defunción. Con el objetivo de reducir el número de muertos, los investigadores recomendaron crear «zonas prohibidas para selfies».
Las selfies tienen historia. Los autorretratos realizados con máquinas fotográficas existen desde hace casi 200 años, ubicándose el primero de ellos en 1839, cuando Robert Cornelius capturó una imagen de sí mismo en su tienda de lámparas en Filadelfia. De allí en adelante hay registro de todo tipo, desde Paul Mccartney, la familia Kennedy, hasta la selfie grupal que tomó un fotógrafo neoyorkino en la segunda década del siglo XX.
El asunto tomó otra dimensión a partir de la democratización de los teléfonos celulares con cámaras fotográficas incorporadas, que progresivamente se fue desatando desde inicios de este siglo. A partir de entonces se han realizado quién sabe cuántas selfies. Ahora bien, si hay una selfie famosa esa es la que tomó Ellen DeGeneres en la gala de los premiso Oscar en marzo de 2014, cuando se apiñaron tras la cámara de su celular estrellas de Hollywood como Meryl Streep, Brad Pitt, Angelina Jolie o Julia Roberts. En unos segundos, la imagen estaba en Twitter y menos de 50 minutos después ya había batido el record de retuiteos, superando la marca que ostentaba hasta entonces una selfie que había subido el por entonces presidente estadounidense Barack Obama.
Celulares cada vez más sofisticados y conectividad permanente a internet permiten a cada cual registrar su aquí y ahora y publicarlo en la red social que elija para decir presente en esa gran estantería en que se ha convertido la web.
Las selfies son mucho más que una tendencia. Se trata de un fenómeno de nuestra época, de nuestro tiempo, en el cual las fronteras entre lo privado y lo público cada vez son más porosas.
Pensando en la intimidad, es posible identificar algunas etapas previas al momento actual:
- A partir del poblamiento de las ciudades, que advino con la modernidad, la división entre la esfera pública y privada era bastante rígida, uno se metía dentro de su casa y no se enteraba qué hacía o dejaba de hacer el vecino;
- esto comenzó a debilitarse con la aparición de la televisión en la segunda mitad del siglo XX, que derivó luego a inicios de siglo en lo que luego fueron los reality shows, donde descubrimos que el otro hacía las mismas cosas que yo: dormía, iba al baño, comía, conversaba, jugaba, etc;
- y llegamos a lo que acontece hoy con las nuevas tecnologías, que tornan porosas todas aquellas fronteras que separaban lo público de lo privado.
Quiero tu like. Así las cosas, hoy estamos viviendo un tiempo en que la intimidad se ha convertido en espectáculo, en que el antiguo diario íntimo, guardado bajo siete llaves, se ha convertido en blog, facebook e instagram. Poco buceo y mucho surfeo, en donde exponerse a la mirada del otro (y también ser aceptado) se ha convertido en religión.
El ablandamiento de los límites entre lo público y lo privado y el despliegue de la vida personal en las redes sociales pone en primer plano el concepto de identidad, que hoy, como nunca antes, se construye mucho más en torno a la mirada y aceptación del otro. Y sobre todo a la mirada, porque las selfies así como las fotos publicadas en las redes carecen en general de profundidad, de relato, de palabras que den cuenta de una historia.
Qué hay o quién soy cuando no estoy en las redes. Muchos sujetos de las nuevas generaciones (aquellas nacidas con internet, los llamados nativos digitales), así como también de las anteriores, están construyendo una identidad si se quiere ilusoria, en la medida que invierten energía (poca o mucha) para desarrollar y mantener un personaje (¿un perfil carente de profundidad?). Algo así como hacer de la vida cotidiana un show permanente, subiendo a las redes fragmentos o recortes de una supuesta vida espectacular. Algo de esto planteaba en su momento The Truman Show y más recientemente el capítulo 15 millones de méritos de la serie Black Mirror.
No es una novedad que nuestro tiempo es convulso e inquieto, que estamos parados en el medio de un gran cambio de época, en el cual la mirada, las imágenes y las pantallas dominan y hasta podríamos decir que tiranizan la existencia. En retirada o dando su lucha está la palabra o (en plural) las palabras, el relato, la historia.
Tal vez la pregunta es qué queda cuando se apaga la pantalla, si es que ésta alguna se apaga. En caso afirmativo, qué hay de la vida off-line. ¿O es que todo es superficie, luces y mantener un personaje para ser exhibido y aprobado por la mirada de los otros en las redes sociales?
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