Paciencia y esperanza

Con el propósito de presentar y darle contexto al micro grabado para Hablemos de Salud que se emitió el sábado 21 de abril, van estas líneas. Como de costumbre procuro unir, enhebrar, las áreas que más me gustan, que van desde la psicología, a lo social, también lo histórico, así como lo que podemos vislumbrar que se vendrá.

Las condiciones y el mundo en que crecen los niños de hoy fue el tema abordado. Tiempos, los actuales, caracterizados por el apuro, el vértigo y la dificultad para conectar alma y cuerpo. Vivimos en una sociedad apremiada y con verdaderos problemas para detenernos y reflexionar.

Bajo estas coordenadas o al ritmo de esta música están creciendo y estamos criando a nuestros hijos. Los adultos y nadie más somos los responsables del ritmo que muchas veces le imprimimos al rock & samba. O en otras palabras, qué equilibrio le podemos ofrecer a nuestros niños y adolescentes si nosotros como adultos podemos estar tambaleándonos. En su gran mayoría, las dificultades de los más pequeños son proporcionales al mareo de los adultos.

En otra parte señalé que es este un tiempo diferente al de hace dos o tres décadas. Las familias se asemejan más a los Simpson que a los Ingalls. Estamos en un tiempo de familias de geometría variable; las familias se achican, se agrandan, se transforman. Vemos familias nucleares, monoparentales, de parejas homosexuales, ensambladas («los tuyos, los míos, los nuestros»). Viva la heterogeneidad. El asunto, en este sentido, ayer, como hoy y seguramente en el futuro, es el siguiente: ¿cómo crecen nuestros hijos? ¿En qué condiciones tenemos el nido donde crece la cría? ¿Este está seguro o se tambalea? Un nido seguro permite pensar en el desarrollo y fortalecimiento de las alas. Un nido fragilizado, léase adultos «haciendo agua», es caldo de cultivo para niños o adolescentes frágiles.

Decime en qué condiciones tenes el «nido» y podremos pensar cómo crecen los pichones. Pregunta: ¿el que cuida de la cría es quien cuida el nido? La función materna (olvídate del «envase») es cuidar la cría y la función paterna (olvídate del «envase») es cuidar el nido.

Ahora, tampoco descontextualizar la posible fragilización e impotencia de un adulto cuando éste ve peligrar su fuente laboral, fundamentalmente en el mundo globalizado de hoy. Es este un tema crucial en los tiempos que corren: ¿qué tiene para ofrecer un adulto cuando no tiene trabajo?

Metáfora cristiana: primero pescado en la boca y progresivamente enseñar a pescar. Paciencia y esperanza. Nunca más actual esta analogía, en tiempos de planes de emergencia y/o asistenciales y automatización de muchos puestos laborales.

Los niños y adolescentes no son… están. 

Ni violentos, ni hiperactivos, ni rebeldes, ni deprimidos, ni ansiosos. Están en proceso de construcción, por lo cual no caigamos en la etiquetación, tan de moda en tiempos de soluciones rápidas. Ni en la etiquetación ni en la medicación como primera medida. Tal vez «un poco de hambre para hoy y pan para mañana» pase por abrir el juego y preguntarse qué sentido tiene el ruido que hacen los más chicos.

Atención a las ofertas que pretenden aliviar rápidamente el sufrimiento, la angustia o sencillamente la incertidumbre, ya sea que hablemos de sujetos (personas), familias, organizaciones o comunidades. No somos máquinas. Pensemos mejor en las plantas si queremos comprendernos. Hay un tiempo de siembra y otro de cosecha. La transformación lleva su tiempo.

Es crucial no patologizar la infancia y la adolescencia, sino contextualizar eso que le pasa a un niño y/o a un adolescente. Preguntarnos qué significado tiene eso que le sucede. Interrogarnos si eso que le pasa tiene algo que ver con la forma de vida que lleva. ¿Juega o solamente se entretiene con algún «chupete electrónico»? ¿En días hábiles tiene algún momento no reglado ni mediatizado por una institución (escuela, club, clase de baile, canto, etc)? En algún lugar, no recuerdo dónde, leí algo así: ¿qué es la infancia sino ese tiempo para jugar y tener tiempo libre?

El «ruido» que hacen los más chicos es bastante proporcional a lo que hacemos o dejamos de hacer como padres, como adultos. Lo que de algún modo «falla» en casa, repercute en el ámbito educativo. Y en términos aún más graves, lo que «no caminó» en casa, ni caminó en la escuela y/o el liceo, termina cayendo en manos de algún juzgado penal.

Un mismo resultado (inquietud, rebeldía, enojo, hiperactividad, inhibición) puede obedecer a diversas causas, como por ejemplo: el proceso de divorcio de los padres, violencia doméstica, la muerte de un familiar cercano, una mudanza, la falta de «juego de equipo de los padres», etc. Dicho de otra forma: no es la parte visible del iceberg lo único que hay que atender, sino primordialmente las condiciones en que se gestan y luego se potencian dichos comportamientos.

“El ejemplo no es una de las formas de influenciar en las personas. Es la única”

Para finalizar unas palabras sobre la autoridad. En tiempos de calesita, el envase (el uniforme, la sotana, la túnica blanca del maestro o el médico) garantizaba mucho más la función, aún cuando no se cumpliera. Algo así como: «si tiene el envase es porque sabe». Hoy, en tiempos movidos, el envase no garantiza la función. Actualmente, el ejemplo, la integridad, el mantenerse en equilibrio y presente la mayor parte de las veces, es el camino para influir.

Hoy el ejercicio de la autoridad está como nunca antes interpelado, creo yo, por la siguiente pregunta: ¿lo que pensás, decís y hacés está alineado… predicas con el ejemplo? Cada vez menos tendrán lugar esos personajes como el maestro de The Wall.

Rumbo, normas claras, banda elástica y no alambre de púa, conexión, humanidad, presencia, en cuerpo y alma, es, si se quiere, la «fórmula mágica» para que el proceso, que lleva a un/a niño/a del nido al vuelo con alas potentes, se de lo más armonioso posible.

 

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