Cuidar al que Cuida: lo que el encuentro me devolvió

El 16 de octubre facilitamos el primer encuentro Cuidar al que Cuida, un espacio que nació con una intención simple y profunda: detenernos para reflexionar sobre cómo cuidar sin perdernos.

Participaron más de veinte personas de distintos ámbitos de salud y bienestar. Pero más allá de los roles o las instituciones, lo que nos reunió fue algo más esencial: el deseo de encontrarnos desde la humanidad que sostiene el cuidado.

A lo largo del encuentro aparecieron palabras que marcaron un pulso compartido: confianza, red, presencia, respeto, serenidad. Escuché historias de entrega, cansancio, aprendizaje y gratitud. Y confirmé algo que siento cada vez con más claridad: el cuidado no se enseña, se contagia.

Cuidar al que Cuida no fue solo una charla. Fue un eco. Una experiencia que sigue resonando en mí y en quienes participaron. Porque cuando un grupo se escucha con verdad y sin prisa, algo del sistema se ordena —no solo en las instituciones, sino también en el cuerpo de cada persona.

Hoy me quedo con esa certeza: que cuidar al que cuida no es un tema profesional, sino una práctica de conciencia. Y que toda práctica viva empieza en la presencia.


Este encuentro fue parte del movimiento que venimos tejiendo desde Compass: una cultura del cuidado que une presencia, aprendizaje y coherencia. Cada espacio de conversación confirma que cuando el sistema se detiene a escucharse, el trabajo se vuelve más humano y más verdadero.


Leé la nota institucional en Compass Consultores:
https://compassuy.org/cuidar-al-que-cuida-el-eco-de-un-primer-encuentro/


Este material resume lo compartido durante el encuentro y recoge las ideas y resonancias que surgieron entre los participantes. Podés descargarlo en PDF aquí:


Cumpleaños 16, lo que antes escribía, ahora lo vivo

Hoy mi hijo mayor cumple 16 años.

Lo miro y siento una mezcla de orgullo, ternura y vértigo. Y también una forma nueva de admiración: verlo crecer. En su rostro conviven el niño que fue y el adulto que empieza a asomar. Su mirada tiene algo de ambos mundos: la curiosidad de quien sigue explorando y la determinación de quien empieza a elegir su propio rumbo.

Hace algunos años escribí varios textos sobre la adolescencia: “Ulises, por favor regresá”, “Falló la justicia”, “Indio en problemas”, “Quemado a la japonesa”, “Es en contra y no a favor de él”. Entonces hablaba como psicólogo, lector del tiempo que vivimos y observador de las transformaciones culturales. Hoy esas palabras vuelven a mí con otro tono. Lo que antes analizaba, ahora lo vivo.


En 2018 escribí, inspirado en Massimo Recalcati, que vivimos en un tiempo donde Ulises se fue y no regresa, donde los hijos —como Telémaco— miran el mar esperando señales de los adultos.

Hoy entiendo que aquella metáfora era también una advertencia personal: yo mismo debía aprender a regresar, no desde la rigidez ni desde el miedo, sino desde la presencia. Ser padre, hoy, es mantener encendida la llama del vínculo en un mundo que dispersa la atención y disuelve las referencias.


En “Quemado a la japonesa” reflexionaba sobre los hikikomori: jóvenes japoneses que se encierran durante años, asfixiados por la exigencia y la falta de deseo. Hoy veo que ese fenómeno, aunque distante, nos interpela de cerca.

Vivimos tiempos donde la infancia está colonizada por los adultos y la adolescencia por la productividad. Jóvenes cansados antes de empezar a vivir; adultos agotados antes de enseñar a volar.
Por eso, acompañar a un adolescente no es exigirle más, sino ayudarlo a reconectar con el deseo, con aquello que da sentido y movimiento a la vida.


En “Indio en problemas” hablaba de un joven que arrojó un BMW al río. Allí planteaba la diferencia entre precio y valor. Hoy, como padre, confirmo que el verdadero regalo no es material, sino simbólico: la presencia, la palabra, la coherencia.
Un hijo no necesita un padre que compre cosas, sino uno que transmita sentido.


En “Es en contra y no a favor de él” escribí que los adolescentes necesitan adultos que “aguanten la toma”, que resistan la tentación de responder con violencia o desdén.

Hoy esa frase se volvió práctica cotidiana. Acompañar a un adolescente es un arte: estar sin invadir, sostener sin imponer, guiar sin forzar. Es confiar en que el vínculo crece cuando no todo se corrige.


Cada gesto de mi hijo me devuelve al adolescente que fui. En su rebeldía reconozco mi antiguo impulso; en su silencio, mi propia búsqueda. Acompañarlo es también seguir creciendo.

Porque la adolescencia de un hijo despierta la segunda adolescencia del padre: la que nos obliga a revisar lo aprendido, a volver a creer en el diálogo, a resonar sin controlar.


Hoy entiendo que aquellos artículos fueron, sin saberlo, una preparación para este tiempo. La teoría fue mi forma de anticipar la vivencia; la vivencia, mi modo de integrar la teoría. Y en esa integración descubro el verdadero sentido de acompañar: no ser perfecto, sino estar presente.

Regresar, no para salvar, sino para estar.
Regresar, no para imponer, sino para resonar.
Regresar, simplemente, para acompañar el vuelo.

Montevideo, 23 de octubre de 2025
(Este texto dialoga con “Ulises, por favor regresá” (2018), “Falló la justicia” (2018), “Quemado a la japonesa” (2019), “Indio en problemas” (2019) y “Es en contra y no a favor de él” (2019).)

La escritura en el borde del vínculo

Una reflexión sobre el gesto de escribir durante las sesiones: no como registro técnico, sino como acto de cuidado.
Un cuaderno que no archiva, acompaña.

Hay un momento en cada proceso terapéutico en que las palabras que se dicen parecen pedir una casa. No para archivarlas, sino para sostenerlas. Una hoja, un cuaderno, una línea escrita puede convertirse en ese lugar intermedio: no es del terapeuta ni del paciente, sino de ambos; un espacio que respira entre la palabra y el silencio.

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Anora: una película sobre lo que falta y lo que sostiene

El director de la película, Sean Baker, hizo historia. Después de ganar la Palma de Oro en Cannes, Anora arrasó en los Premios Oscar 2025, obteniendo cinco estatuillas, incluidas Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Actriz para Mikey Madison.

Anoche la vimos con Patricia. Y entendimos por qué conmovió tanto: bajo la apariencia de una historia de amor entre una joven bailarina y un heredero ruso, Anora es un retrato descarnado y tierno de lo que nos pasa cuando nadie nos cuida.

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