Yamuna Nagar es una localidad india situada al norte de Nueva Delhi, la capital del país. Allí, unas semanas atrás, un joven millonario arrojó al agua un auto marca BMW que le había regalado su padre. La razón: el muchacho quería un auto marca Jaguar y como el padre no se lo obsequió, decidió tirar al agua el igualmente costoso BMW. No conforme con esto, filmó el momento en que el auto navegaba río abajo, le mandó el video a su padre y además lo colgó en las redes sociales. No hay dudas: estamos ante un indio con dificultades.
David Le Breton, antropólogo francés, decía lo siguiente en una entrevista: “Desde el punto de vista de la salud pública, la emergencia de las conductas de riesgo es un fenómeno moderno ¿Por qué? Por un lado, hay una individualización de nuestra sociedad: por largo tiempo, uno ha pertenecido a una cultura de clase y ha sido asumido por esa sociedad que brindaba los valores y la orientación. En el mundo contemporáneo, cada uno está librado a sí mismo: hay que inventar el propio camino y decidir permanentemente nuestros valores. La individuación de la juventud se traduce, para muchos de ellos, en el acercamiento al riesgo (en Francia, se estima que son entre el 15% y el 20% de los jóvenes y encontramos las mismas cifras en América del Sur, en África o en Corea, por ejemplo). Es una minoría, pero un 15% de un segmento poblacional es bastante considerable. En Estados Unidos, al problema se agrega el que las armas son de venta libre. En Japón, hay muchísimos más suicidios. Es decir, con especificidades locales, el hecho es que globalmente hay grandes dificultades para entrar en la vida”.
Me quedo con estas últimas palabras de Le Breton: hay grandes dificultades para entrar en la vida y esto significa que muchos jóvenes están teniendo problemas para emprender vuelo, emanciparse del nido familiar y sostenerse (emocional y materialmente) por su propia cuenta. Como siempre estamos ante el caso a caso, ante la singularidad, ante cada historia, ante cada biografía, siendo perjudicial la generalización.
El caso del joven indio nos interpela sobre la dimensión temporal del hecho. Me explico: ¿cómo es posible que este muchacho, más allá de la cuenta bancaria de su progenitor, terminara arrojando semejante automóvil al río? ¿Habrá sido este el primer hecho de estas características o habrán otros momentos en que el muchacho en cuestión despreció y desestimó los regalos de su padre?
Estas preguntas nos conducen al padre, en el sentido de también interrogarnos acerca de la motivación de éste para regalarle al hijo un bien material de considerable precio económico. Y aquí precio me lleva a valor y a la distinción entre uno y otro: no es lo mismo el precio que el valor; al primero lo asigna la fábrica de autos o el concesionario que los vende, en tanto que el valor se relaciona con la subjetividad de cada persona, con la historia personal. En síntesis, para el indio de nuestra historia seguramente el precio económico del auto no tuvo ninguna importancia porque sobre todo lo que ese auto no tenía era ningún valor.
Es crucial en la historia de cada persona lo que sus padres desearon particularmente para él/ella. Se impone la pregunta: ¿qué desea el padre de este indio… tal vez que su hijo sea feliz porque maneja un auto de alta gama? Y quizás por aquí esté parte del problema de nuestra época: pretender calmar nuestra insatisfacción existencial con objetos, desde autos, ropa, viajes o lo que se le ocurra. Dicho de otra forma: es como querer apagar el fuego con nafta.
El dolor de existir, más que con nafta, se calma y se sujeta bastante de la mano de la palabra, que no es otra cosa de aquello que estamos hechos. Las palabras nos atraviesan; son los cimientos, los pilares y planchadas de nuestro ser, de nuestro edificio.
Vivos y muertos al mismo tiempo son esos padres que están presentes en cuerpo y no en alma, que privan a sus hijos de palabras y en consecuencia de una historia, de su biografía personal y familiar, así como también de sus sueños y deseos no realizados.
¿El BMW en el río habrá sido la gota que derramó el vaso y que enojó a ese padre y al menos por un rato provocó que dejara de querer a su hijo? Ojalá que sí, porque alguien que se siente siempre querido haga lo que haga es alguien que se convierte en ineducable.
Para terminar otra pregunta: ¿el joven indio será que no quiere juguetes y sí un padre que lo oriente en la vida y le regale algo más que objetos? Seguramente la respuesta sea afirmativa y la demanda, silenciosa y ruidosa al mismo tiempo, sea para que ese padre le provea no de juguetes sino de una brújula y de la compañía para la construcción de un motor que le permita sortear las innumerables tormentas existenciales que la vida le presenta/rá.