Vuelvo al cine nuevamente, luego de los dos últimos posts dedicados casi exclusivamente a hechos actuales en nuestro Uruguay; hechos tristes y que nos hablan de los tiempos en que están creciendo algunos de nuestros niños y adolescentes. Trato de recordar y no logro darme cuenta cómo es que pasé de esos asuntos a los temas del post de hoy, que va sobre educación y liderazgo, fundamentalmente.
Escuela de Rock es una película del año 2003 que tiene como actor protagónico al comediante Jack Black, que en esta oportunidad encarna a Dewey Finn, un joven adulto que vive con su amigo Ned Schneebly y que echan de la banda de rock en la que tocaba, básicamente por querer brillar él por encima de sus compañeros. Por ahí no va lo de liderar…
Finn es pura pasión, puro amor por el rock; su vida gira en torno a él. Claro está que ello no alcanza cuando dejaste de ser mantenido por tus padres y toca pagar cuentas y mantenerte a flote. A Finn, una vez echado de la banda en que tocaba, el peso de la realidad le cae encima y es instado a buscar trabajo para seguir viviendo en la casa con su amigo y la novia de éste. El partido se complicó, pero como dice el dicho Dios aprieta pero no ahorca. Así es que surge un trabajo como maestro suplente para Ned, cargo que ocupará Finn haciéndose pasar por su amigo. Finn embustero y mentiroso, qué duda cabe.
Haciéndose pasar por su amigo, domesticado por su novia, Finn llega al pituco colegio para hacerse cargo de la clase. Allí hace la plancha un tiempo debido a su nula experiencia docente y a sus pocas ganas para ejercer como tal. Sin embargo, algo sucede y donde todo parecía apatía comienza a alumbrar una llama de pasión y esperanza en ese grupo de niños dotados para la música.
El pedagógo francés Philippe Meirieu, en una entrevista, afirma lo siguiente:
«… no hay aprendizaje sin deseo. Pero el deseo no es espontáneo. El deseo no viene solo, el deseo hay que hacerlo nacer. Es responsabilidad del educador hacer emerger el deseo de aprender. Es el educador quien debe crear situaciones que favorezcan la emergencia de este deseo. El enseñante no puede desear en lugar del alumno, pero puede crear situaciones favorables para que emerja el deseo. Estas situaciones serán más favorables si son diversificadas, variadas, estimulantes intelectualmente y activas, es decir, que pondrán al alumno en la posición de actuar y no simplemente en la posición de recibir. Y pienso que corresponde a la escuela reflexionar seriamente sobre esta responsabilidad. No nos podemos contentar con dar de beber a quienes ya tienen sed. También hay que dar sed a quienes no quieren beber. Y dar sed a quienes no quieren beber es crear situaciones favorables… para generar el deseo hace falta generar antes problemas. La trilogía fuerte con la que trabajo con los enseñantes es proyecto – problema – recursos. Es decir, hay un proyecto, se descubren dificultades, problemas, y a partir de ahí se van a buscar los recursos. Porque, en el fondo, lo que da sentido a lo que se hace es la respuesta a una pregunta. Y el alumno sólo aprende si esta respuesta corresponde realmente a un problema que él ha descubierto y a una pregunta que él ha podido formularse. Si le damos respuestas sin ayudarlo nunca a ver a qué responde, el alumno no puede tener deseo de aprender.
Tal vez un poco larga la cita pero viene a cuento de lo que Finn lleva a cabo con sus alumnos: les brinda un proyecto (Batalla de las Bandas) que era de él en un inicio pero que termina por convertirse en un proyecto colectivo en torno al cual movilizarán todos sus recursos.
Así como en general todas las instituciones nacidas con la Revolución Industrial hace 200/300 años, la institución educativa centrada en torno al saber de un maestro o profesor agoniza en tanto siga abstrayéndose del que-hacer diario e intereses de los alumnos. La clave hoy son más y mejores preguntas y no las respuestas. Estamos necesitando en la educación más Merlí, menos escuelas profesor-céntricas y más escuelas alumno-céntricas. Concebir al maestro o profesor como un guía, orientador, líder, como un servidor.
“Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho” – Antoine de Saint-Exupéry
Tiempos turbulentos, inciertos y carentes de mapas como los actuales necesitan de personas capaces de mezclar buceo con surfeo, vale decir sujetos preparados para tejer redes, construir caminos colectivos y gestionar la ambigüedad reinante.
Finn, como maestro en la película, como jefe en una organización o como padre/madre en una familia, sin caer en autoritarismos ni en relaciones simétricas, logró evocar el anhelo del mar libre, logró el entusiasmo en torno a un propósito compartido, logró sacar lo mejor de cada uno de sus colaboradores.
Perdido superficialmente, así estaba Finn. Sin mapa pero con brújula, con una interior que guiaba sus actos. Con la oportunidad en sus manos todo fue cuestión de orientar la acción de sus colaboradores (alumnos). Desorganización estructurada o creatividad con control es hoy lo que se impone como necesario en nuestras organizaciones, desde la familia a empresas e incluso instituciones educativas. La vida lineal, como un tren sobre una vía férrea pasando por varias estaciones, es cosa del pasado. Hoy el desafío pasa por crear equipos, donde la confianza y la franqueza sean el común denominador. Sólo así quien inspira, entusiasma e invita a mirar con esperanza el futuro podrá ser sostenido por su red cuando se lance al vacío.
2 comentarios sobre “Perdido y con brújula”