En estos últimos días una colega me cuenta de un caso que está atendiendo, referente a un niño que se presenta muy inquieto y desatento en el ámbito escolar, distorsionando la actividad tanto en el aula como en el espacio del recreo. Sus padres están separados y han formado sus respectivas nuevas parejas. La madre del niño acude a consulta acompañada por su pareja y ambos le preguntan a mi colega qué tienen que hacer para poder encausar la situación.
Tengo la impresión que la terapia psicológica se ha constituido en los últimos tiempos en una suerte de espacio donde los psicólogos somos demandados para que ofrezcamos respuestas a los interrogantes que plantean aquellos que consultan. Como el caso de esta pareja que consulta por el hijo de ella. Obviamente no hay una respuesta ni solución que sea mágica y que resuelva y/o destrabe una situación. De hecho, cada vez más pienso que buena parte de las consultas por niños y en menor medida adolescentes fundamentalmente tienen que ver con adultos con dificultades para pararse como tales en la relación con sus hijos.
En línea con lo anterior cabe preguntarse qué esperar de los niños y adolescentes cuando muchos adultos, responsables de su crianza, parecen perdidos, desnorteados y sin brújula. En esta desorientación y desasosiego incide, no cabe duda, el ritmo que los tiempos civilizatorios actuales le están imprimiendo al día a día de muchas personas, desde el trabajo, las labores de la casa y otras actividades a las que hay que atender.
Como en la foto de cabecera, si no hay un tutor (en este caso una caña tacuara/bambú) que oficie de guía, sostén y liga para aquel que está creciendo, es muy difícil cosechar coherencia cuando lo que se sembró fueron, quizás a pesar de las buenas intenciones, incongruencias.
Retomando el caso de la colega, sería bueno pensar quiénes son la caña de bambú para ese ser en crecimiento, en proceso de desarrollo, así como por otra parte no caer de ninguna forma en el etiquetado rápido, que en este caso podría estar cerca de la hiperactividad. Fundamentalmente los niños están y no son. No son ni depresivos, ni hiperactivos, ni violentos, sino que están de una u otra forma, habitualmente como consecuencia de la clase de caña de bambú que les toca en suerte como guía.
Es crucial que los adultos no colonicemos la infancia en procura de acelerar las etapas de desarrollo, sino que podamos respetar el proceso singular de crecimiento de cada niño y adolescente. Los niños son objetos (y no sujetos) si son campo fértil para que los adultos cumplamos, a través de ellos, nuestros sueños y proyectos frustrados y/o no cumplidos.
El niño en consulta con mi colega: ¿cómo estará procesando tener a los padres separados? ¿Las reglas y normas de funcionamiento serán las mismas en casa de la madre y el padre? ¿Recordarán esos adultos cómo eran ellos cuando eran niños? ¿Ese niño cómo vivirá dentro de su cabecita que su madre viva con otro hombre que no es su padre? ¿Frente al niño, en qué términos se referirá cada progenitor sobre el otro? Estas son algunas de muchas otras preguntas con las que trabajar con los adultos encargados de criar o tutorear a ese niño en crecimiento.
Comprender y tratar de entender qué le pasa a aquel (niño) y aquellos (hermanos, adultos) que están sufriendo o angustiados es crucial. La palabra en el adulto y el juego en el niño son las vías de aproximación a eso que le ocurre a quien consulta. A veces medicar puede ser el camino pero no debería ser la primera opción, en lo posible sin antes haber intentado despejar las variables en juego y sobre todo echar luz sobre el papel de los adultos de los síntomas que manifiesta un/a niño/a.
En épocas de inmediatez, soluciones rápidas y etiquetado express para asuntos muchas veces naturales de la existencia, la palabra aparece devaluada y sin capacidad transformadora. El culto a la felicidad, el cuerpo y a un rendimiento sin fisuras, en alianza con la pastilla de turno, aleja a las personas de los otros y no hace otra cosa que sumergirla en una mirada muchas veces permanente de su propio ombligo.
Los niños y adolescentes necesitan firmeza y flexibilidad, presencia, adultos que se interesen por sus mundos, con la autoridad, determinación y convicción para ser los malos de la película (hambre para hoy, pan para mañana) cuando sea necesario, al tiempo de mantenerse serenos y acompañando cuando a sus hijos les toque sufrir.