En Roma los esclavos llevaban colgados de su cuello un cartel que decía: Detenedme si escapo y devolvedme a mi dueño (Tenemene fucia et revo cameadomnum et viventium in aracallisti). No solo siglos han pasado desde entonces: hoy día pululan por doquier las cámaras de videovigilancia, estamos hiperconectados como nunca antes y la esclavitud está abolida.
«La sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ya no corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha establecido otra completamente diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos. La sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad del rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman «sujetos de obediencia», sino «sujetos de rendimiento». Estos son emprendedores de sí mismos. Aquellos muros de las instituciones disciplinarias, que delimitan el espacio entre lo normal y lo anormal, tienen un efecto arcaico».
Byung-Chul Han ~ La sociedad del cansancio.
Bell@s, delgad@s, exitos@s y consumiendo. Eso es lo que el tiempo presente ha puesto en el pedestal y lo curioso es que no hay un representante de la ley a punta de pistola que nos obligue a perseguir este ideal. Entre tanto, la palabra de la autoridad, fuerte, potente y limitante, hace agua y le cuesta mucho más sostenerse y afirmarse en el no para habilitar los sí. Vivimos en un culto a la satisfacción y la felicidad parece haberse convertido en un bien del que se habla, discute y polemiza. Qué es la felicidad y cómo alcanzarla asoman como las preguntas del millón.
Si antaño lo dulce venía después de lo salado y las obligaciones antes que el disfrute, hoy ello al menos está en discusión. En el mundo de apps/góndolas en que vivimos, donde elegir lo que nos gusta (desde la ropa, comida, viajes y también pareja) ha llegado para quedarse, lo más difícil es resistir ese canto de sirenas e ir, al menos, un poco hacia dentro.
Así como los ceros y unos son la esencia de la programación informática, el binarismo ganador/perdedor recorre el imaginario popular. O sos una cosa o sos otra, quedando poco margen para los espacios intermedios, para el equilibrio. ¿La felicidad verdaderamente está al alcance de todo el mundo? Tener cosas/bienes y acumular experiencias, rindiendo al máximo casi que sin fisuras, se nos presentan como el ideal de la Matrix. En la mesa está todo servido, para que lo podamos ver y desear. Quizás nunca tan cerca y nunca tan lejos. ¿Atrás de qué corro, por qué, para qué, qué sacrifico en aras de eso que persigo? ¿Querer es poder? ¿Sólo es cuestión de esforzarse? ¿Las condiciones externas inciden de alguna forma?
En este marco general se inscriben buena parte de las consultas que recibimos los psicoterapeutas en la actualidad. Solicitud de terapia por problemas familiares, depresión o duelo, tristeza, inseguridades o indecisiones personales, dificultades para llevar adelante un proyecto, ansiedades, fobias y miedos, apoyo para tomar decisiones, relaciones interpersonales problemáticas, cambios de ánimo abruptos, problemas de pareja y dudas sobre el proyecto profesional o laboral.
El sujeto de este tiempo está apurado. A veces estamos inquietos y ansiosos. El paciente que llega al consultorio parece haberse tragado el rock & samba y se siente inestable, lleno de incertidumbres y muy volátil. La calesita, con su cadencia y previsibilidad, vendría bien, como una suerte de arrorro que tranquilice y calme. Recibimos personas en el consultorio que a duras penas hacen equilibrio, con dificultades para serenarse y hacerse un tiempo para pensar y reflexionar, para darle lugar a la palabra y en consecuencia a la historia personal. La palabra es el vehículo para hacer del presente algo más que una sucesión de momentos.
La cabecita (el psiquismo) es como la tierra, que de tanto maltratarla puede quedar desertificada, arrasada. No es un asunto menor cuando los adultos, a causa de la falta de recursos económicos o dificultades para sostenerse en algún proyecto, se suben al tobogán de la irritabilidad, desesperación, angustia e impotencia. Adultos caídos emocionalmente es igual a desamparo de los más frágiles, habitualmente los niños. No siempre lo que no mata fortalece. En el rock & samba mucha incertidumbre puede devenir en la degradación del suelo fértil y productivo.
«…-¿Y qué pasa cuando las personas abren su corazón?
-Que se curan…»
Haruki Murakami
El peligro que recorre nuestro tiempo tiene varias aristas: el desgarramiento del tejido social que también puede afectar, por tsnumi o gotita, el tejido psíquico de las personas; las situaciones límites que ponen a las personas a optar entre la supervivencia y la dignidad, así como la anestesia que deriva de patologizar y tratar con pastillas dolores existenciales y esperables de la vida. Nada tan peligroso como medicalizar a los sanos.
La dignidad, tanto arriba de la calesita como del rock & samba, se caracteriza por no dar la espalda a las dificultades y percances de la vida, por no hacer la de la avestruz, negando los problemas, o en su defecto echarle la culpa al mundo por ellos. Asumir y aceptar el dolor y procurar hacer algo con él, tanto antes como hoy, constituye el camino más digno en dirección a construir una solución singular a los dramas que acechan.
Si en Roma algunas personas eran esclavas de otras personas y solicitaban con un cartel ser devueltas en caso de haberse escapado, en los inicios de este siglo no hay peor esclavo que uno mismo respecto al amo que hemos interiorizado: querer ser felices a tiempo completo, abdicando de los tiempos de espera, la paciencia y el esfuerzo necesario para que lo gestado pueda alumbrar.
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