Ni muebles ni felices con la cajita

Ahora sí en la recta final. Queda menos, solamente dos posts antes de entrar en el receso de enero. El clima navideño y de final de año me han llevado por lecturas variadas, algunas de ellas en línea con los posts anteriores y otras con noticias de actualidad. Podría afirmar que lo que ha disparado estas líneas sea la noticia que apareció en varios portales sobre un muchacho chileno que se graduó de ingeniero.

Recientemente María Cecilia Lovera posteaba lo siguiente en twitter:

Captura de pantalla (22)

Iván Gutiérrez es el novel ingeniero e hijo de María Cecilia, quien consultada por medios de prensa relató que el camino hasta la graduación de su hijo estuvo pleno de múltiples obstáculos, destacando que «… lo que a mí me importa es darle un mensaje de esperanza a las mamás de niños con autismo. Uno lo ve todo negro y casos como este pueden darles esperanza. Yo no lo tuve. Les diría a la madres que crean en sus hijos y que un médico tiene la obligación de dar un diagnóstico, pero no de poner una lápida sobre un niño».

Me quedo en esto último, en el asunto de los diagnósticos y los pronósticos y el rol de los profesionales de la salud mental. Afirmaba en un post anterior:

… la patologización de la vida cotidiana va de la mano con la medicalización de la misma. Considerar patológico comportamientos y emociones que antaño considerábamos normales nos interpela acerca de nuestro tiempo. Actualmente pareciera que todo aquello que no encaja con el estrecho corral de la normalidad es susceptible de ser primero diagnosticado y luego medicado. Si sos tímido tenés una fobia social, si estás muy eufórico tal vez te encasillen como portador de un trastorno por impulsividad y si tenés hijos inquietos y revoltosos, que se aburren y a veces molestan en clase, quizás terminen diagnosticados (y luego medicados) con déficit atencional.

Estamos viviendo tiempos complejos y entreverados. Por un lado se aprecia una adolescentización del mundo de los grandes (diferente al de los adultos) y por otra una colonización de la infancia por parte de estos últimos. No descubro la pólvora si afirmo lo que cotidianamente escuchamos por doquier: que no nos da el tiempo, que no paramos de correr de aquí para allá, que no llego a esto o aquello. Una primer pregunta es detrás de qué estamos corriendo.

Vivimos tiempos donde el exceso está en el lugar del ideal. El exceso como sinónimo de agitación, impulsividad y falta de foco o desatención. Si antes el ideal era esforzarse para alcanzar algo y la palabra prohibido no provocaba pánico como ahora, hoy la clave es correr y el lema es diviértete y vive eufóricamente tu vida. Reflexionar sobre por qué y para qué, obviamente, no entra en el libreto.

Híperestimulados, dominados por la multitarea y un zapping constante entre las variadas ofertas que nos ofrecen las pantallas con las que convivimos: celular, tablet, notebook y televisión. No se trata por supuesto de quemar las naves y erradicar los dispositivos electrónicos de los lugares que habitamos. Podría ser una opción pero no sería la más sostenible. La pregunta, tal vez, es cómo lograr convivir con ese sinfín de ofertas, con ese banquete que continuamente se nos ofrece para que devoremos y traguemos. Sí, tal cual, estamos en un mundo que fomenta la adicción, llámese esta celular, tablet, play-station, entre otros, para los niños y ropa, viajes y variados objetos, para los adultos.

No se trata de ponerle candado a la heladera (esconder la play-station o tirar el celular) para no arrasar con lo que dentro de ella se encuentra. Se trata de cómo lograr regular el impulso a devorar y tragar. En esto los grandes hacen agua muchas veces y cuando eso sucede los niños corren riesgos. Si a los adultos nos cuesta lidiar con un entorno y contexto que fomenta el rendir, el consumir y obtener resultados, con todo los efectos que ello puede producir (agobio, depresiones y ansiedades, burn-out), imaginemos si esta exigencia recae sobre los más frágiles. Constituye un riesgo enorme colonizar la infancia con los tiempos apurados de los grandes/adultos.

Viajar es toda una experiencia y en lugares poco conocidos y a falta de orientación, la clásica Big Mac o la Cajita Feliz son una certeza. Sabemos lo que vamos a comer: pan y hamburguesa de carne con queso. Otra cosa diferente es cuando, en materia de salud, la macdonalización de los diagnósticos y tratamientos llega a la infancia y también al mundo adulto. En otras palabras esto significa que frente a un síntoma equis (hambre), la receta es Big Mac (para los adultos) y Cajita Feliz (para los niños).

Por supuesto que esto no se trata de una batalla contra la medicación, dado que muchas situaciones la requieren y su indicación es el primer paso. Otra cosa diferente es (como no tenemos tiempo, estamos apurados y no llegamos…) palear el hambre siempre con el mismo plato. Así no hacemos otra cosa que anular la singularidad, aquello que caracteriza a cada sujeto y sus particularidades.

Nuestro tiempo está tendiendo a patologizar los efectos de una vida acelerada e inquieta. En nuestra época se está nombrando y etiquetando aquello que se sale de una vida de consumo, rendimiento y resultados rápidos. No es casual que una gran cantidad de niños sean diagnosticados con déficit atencional, ni que en los grandes pululen los ataques de pánico y las depresiones.

hamster y la rueda

Quiero, quiero, quiero… sí, ok… pero por qué… y para qué. ¿Cuál es el apuro? ¿Detrás de qué corremos? ¿Qué nos garantiza ese nuevo objeto que estamos consumiendo y de qué nos aleja? Activar la máquina del tiempo y volver a tiempos pasados no sólo es imposible sino que también resulta una estupidez. Toca navegar nuestra época y en todo caso transformarla. Parte de este desafío implica reconocerse ya sea en la Matrix o arriba de la ruedita, como más nos guste, tanto para no quedar como el mueble que vio la psiquiatra que diagnosticó a Iván en Chile, como para no creer que el hambre de los niños se combate con cajitas felices.

6 comentarios sobre “Ni muebles ni felices con la cajita

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