Nuestro entorno, convulso e inquieto, se asemeja a un mar embravecido, de noche y sin luna, en el que navegan frecuentemente nuestras barcas. Las certidumbres y las ideas de progreso y prosperidad, que antaño reinaban, tambalean hoy permanentemente. El rock & samba se mueve y se mueve y la calesita no regresará para tranquilizarnos. Brújula y linterna son y serán implementos privilegiados para el viaje en el que estamos embarcados.
El mundo se ha convertido en un lugar más pequeño gracias a la tecnología y a las redes sociales omnipresentes. La confianza se erosiona como consecuencia de la desinformación y el ruido ensordecedor de la web, al tiempo que cambiar (y a mucha velocidad) para no perderse la última moda parece que llegó para quedarse. Todo es ahora, en el presente, sin raíces y sin frutos. Parece que todo se trata de surfear cada nueva ola y no importa aquello de bucear, de ir hacia dentro y conocerse un poco más.
En este marco de incertidumbres y cambios veloces, el miedo a lo desconocido, presente desde siempre en la historia del hombre, es combatido por el enorme mercado constituido por la literatura de autoayuda que encumbra un discurso del entusiasmo, la positividad en cualquier circunstancia y las emociones como el vehículo exclusivo para conducirse en la vida.
El actual mandatario estadounidense, Donald Trump, llegó a la presidencia de su país a caballo de un discurso que tuvo sus ejes en frases como «América primero», «Volveremos a ser la potencia que éramos» y «somos los mejores». Antes de llegar a la primera magistratura de su país, Trump había escritos libros de autoayuda y/o desarrollo personal, además de conducir su propio reality show. De una tarima a la otra, del mundo de los negocios y el espectáculo a la política mundial, todo ello de la mano de proclamar verdades absolutas, un discurso y frases guiadas por la emotividad y un pensamiento rápido alejado de las dudas, los grises y la reflexión.
Vivimos en una era del eterno presente, como celebra el famoso escritor brasileño Paulo Coelho: «… el Paulo de entonces y el de hoy es el mismo: solo vive el presente. Esto es lo más importante que te digo: el pasado pasó; del futuro no tengo ni idea; y ahora estoy intentando superar mis momentos fáciles o difíciles. Y esta es toda mi filosofía».
Disfrutemos y vivamos el hoy, sin preguntarnos si lo que nos pasa tiene algo que ver con nuestra historia y con un proyecto futuro. Todo como un presente continuo, como perlas sin un hilo que las una. Las arengas positivas que brotan de la literatura de autoayuda vienen del lado del «… tenés potencial, somos fantásticos, lo podemos lograr…», sin interrogarnos si tenemos los recursos para lograrlo, si es lo que queremos y cómo, todo ello, se relaciona con las redes y vínculos de los que formamos parte.
Desde hace tiempo las soluciones estandarizadas llegaron al terreno psi. Los manuales con clasificaciones ordenan el rebaño y anulan las singularidades. Ante los embates existenciales (tristezas, miedos, ansiedades, indecisiones, soledades) la solución parece estar en las pastillas, en las hierbas mágicas de turno o en los viajes psicodélicos que prometen los yuyos exóticos que algunos importan. Así, la pregunta sobre la responsabilidad (no la culpa) brilla por su ausencia.
El foco en un presente permanente está volviendo impacientes, individualistas, solitarios e indecisos no sólo a los adolescentes, sino también a todos aquellos que sucumben a la fascinación que nos proponen las pantallas. Está entre nosotros la cultura del doble click, la navegación sin rumbo y el ignorar que el CTRL+Z no funciona en la vida real como en los programas del Office de Microsoft.
El platinado rubio de Donald, su deseo de levantar un muro para impedir el ingreso de los bárbaros latinoamericanos a su territorio, así como un estilo de hacer política en base a titulares en twitter, son hechos que denotan que la emotividad ha llegado también a los ámbitos donde se cocinan decisiones de alcance político global.
Llegados hasta acá podríamos preguntarnos cuál es la ayuda que Donald nos podría ofrecer. Claramente la respuesta es sobre lo que no hay que hacer. El camino fácil, rápido e inmediato, con escasos o nulos procesos, como nos pasa cuando surfeamos en nuestros celulares, conduce a un único lugar: a un presente sin historia ni proyecto, con un alto potencial para hipotecar nuestra libertad psicológica y emocional.