La zeta viva en cada Murrieta

En el recientemente finalizado 72° Festival de Cine de Cannes, Antonio Banderas recibió el premio a mejor interpretación masculina por la película Dolor y Gloria. Banderas tiene 58 años y ha filmado un montón de películas. De sus films más taquilleros recuerdo La máscara del zorro, estrenado en 1998, a propósito del cual Banderas decía en una entrevista: «… como niño malagueño soñaba con hacer el Zorro».

De esa película hay una escena, creo yo, que resulta reveladora sobre dos cosas de estos tiempos actuales en que se habla de zonas de confort, fobias, miedos, ataques de pánico y temeridades varias. Por un lado de la necesidad de comenzar el primer viaje siempre con destino a uno mismo y la segunda de recorrer dicho viaje en compañía de alguien.

Luego que viera como el Capitán Love mataba a su hermano Joaquín, Alejandro Murrieta (Banderas) se encuentra en la gruta-guarida de Diego de la Vega (Anthony Hopkins), el antiguo y hoy veterano Zorro. Alejandro quiere venganza y de la Vega ser su mentor/orientador/asesor, para lo cual comienza a ejercer su función en el siguiente círculo de mármol.

«Esto es un círculo de entrenamiento, la rueda del maestro… Este círculo será tu mundo, tu vida. Hasta que yo diga lo contrario, no hay nada fuera de él… ¡No hay nada fuera de él! El capitán Love no existe hasta que yo diga que existe. Conforme tu habilidad con la espada mejore, progresarás a un círculo más pequeño… Con cada nuevo círculo tu mundo se contrae, colocándote más cerca de tu adversario, más cerca de la recompensa».

Así como me pasó con otras películas (Gran Torino, Billy Elliot), esta escena que protagonizan Banderas y Hopkins siempre me ha gustado para pensar acerca de la capacidad de influir, del significado de cuidar y orientar, así como del ir haciendo camino al andar. Diría el Maestro Tabárez: «el camino es la recompensa».

¿A qué viene todo esto? A cuento de la importancia que reviste hoy el liderazgo o el gobierno de personas, equipos y/o organizaciones. Mucho más que antes, en el que el entorno era como una calesita o un cajón de gimnasio, hoy estamos parados en un rock & samba o en un gran bosú, en movimiento permanente y donde hacer equilibrio (mental) es el gran desafío.

En posts anteriores profundizábamos en las características y diferencias de las organizaciones de ambas épocas: organizaciones concebidas como máquinas y organizaciones como seres vivos. En pocas palabras, el modelo de organización tradicional dominante evolucionó principalmente para la estabilidad en un entorno generalmente conocido, con jerarquías estáticas, organizadas en silos y/o chacras, operando a través de la planificación y el control lineal para ejecutar uno o muy pocos modelos de negocios. Las organizaciones consideradas como sistemas vivos han evolucionado para prosperar en un entorno impredecible que cambia rápidamente. Estas organizaciones combinan estabilidad y dinamismo para mantenerse en pie. Se enfocan en los clientes, se adaptan fluidamente a los cambios ambientales y son abiertas, inclusivas y no jerárquicas; evolucionan continuamente y abrazan la incertidumbre y la ambigüedad.

No hay dudas que estas organizaciones están mucho mejor preparadas que las tradicionales para provocar los cambios y construir el futuro. Este nuevo tipo de organización ágil requiere un tipo de liderazgo fundamentalmente diferente al que dominó en épocas pretéritas. Los modos de gobernar y la forma en que el liderazgo moldea la cultura (personalidad) constituyen los muros o los puentes que terminan por determinar si se produce o no una transformación organizacional exitosa.ghandi y el cambio.jpeg

No es lo que digo sino lo que hago. Para liderar una transformación, que lleve a una organización de máquina a organismo vivo, se deben desarrollar tres nuevos conjuntos de capacidades. Primero, es necesario que quien gobierna esté dispuesto a transformarse a sí mismo y a estar en modo introspección a modo continuo (bucle de reflexión y acción). En segundo término es crucial aprender cómo transformar los equipos para que trabajen de nuevas maneras; y en tercer y último lugar es esencial aprender cómo transformar la organización incorporando la agilidad en el diseño y la cultura de toda la empresa.

Realizar con éxito un proceso de transformación es algo que requiere paciencia y determinación. La velocidad es negociable y no así la dirección o el rumbo del cambio propuesto. Organizaciones ágiles para entornos volátiles es el camino más seguro para prosperar y lograr mejoras sustanciales en la rentabilidad económica, derivada de un compromiso de los colaboradores y la satisfacción de los clientes.

Una organización que quiera pasar de máquina a organismo vivo ha de experimentar una transformación similar a la que vivió el amigo Murrieta, quien tuvo que comenzar por transformarse él mismo antes de terminar convertido en El Zorro. Dicho de otro modo: una organización mecanicista es a Murrieta lo que una organización ágil a El Zorro.

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