Fernando Botero (Medellín, 1932) es un artista (pintor y escultor) colombiano que se volvió famoso haciendo de la gordura el objeto central de su arte. Él asegura: «no pinto gordas, le doy protagonismo al volumen» y afirma que «los pintores siempre hemos trabajado en la exaltación de la vida».
Según la OMS, la obesidad y el sobrepeso se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Una forma simple de medir la obesidad es a través del índice de masa corporal (IMC), que resulta de dividir el peso de una persona en kilogramos por el cuadrado de la talla en metros. Una persona con un IMC igual o superior a 30 es considerada obesa y con un IMC igual o superior a 25 es considerada con sobrepeso. El sobrepeso y la obesidad son factores de riesgo para numerosas enfermedades crónicas, entre las que se incluyen la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer.
Señalada como «la epidemia del siglo XXI» en diversos congresos médicos, la obesidad es uno de los fenómenos más destacados de las últimas décadas. Las personas con sobrepeso y obesidad se han multiplicado en los últimos 30 años, al tiempo que se estiman proyecciones preocupantes sobre el aumento del número de personas que serán obesas y presentarán enormes desafíos en el campo sanitario.
Hay varios abordajes para atender este tema. Uno es el enfoque antropológico, que consiste en pensar cómo han cambiado nuestras vidas desde que vivimos en ciudades, lejos de los ritmos de la naturaleza de aquellos que vivían y aún hoy viven en zonas agrícolas. Otro abordaje es el sociológico y demográfico, ligado estrechamente al anterior, que tiene como variable central la calidad de vida, de la cual se desprende si las personas hacen o no ejercicio, si tienen o no el dinero para tener una dieta balanceada, si las zonas verdes en las ciudades son lugares aptos para que niños, jóvenes y adultos puedan encontrarse y disfrutar del tiempo ocioso.
El tercer enfoque contempla una mirada sobre los ideales de nuestra época. Actualmente los parámetros de belleza giran en torno a la delgadez y los cuerpos magros. Sino alcanza con observar los cuerpos de portada en las revistas de modas y deportes y compararlos, por ejemplo, con el retrato de Carlota Ferreira realizado en 1883 por Juan Manuel Blanes.
Si en el siglo XIX y buena parte del XX el sexo era sinónimo de pecado, así como las drogas durante las últimas dos décadas del siglo XX, en lo que va de este siglo que estamos viviendo la gordura y el sobrepeso son la nueva transgresión. Ya lo intuía el comercial de los jamones Picorell hace muchos años. Cabe agregar, en este sentido, la perspectiva histórica: si hace un siglo o más el volumen corporal era sinónimo de ser poderos@, san@ e influyente, hoy eso ha cambiado. En términos generales, estar gordo hoy es casi como estar enfermo y la delgadez se impone prácticamente como una característica de poder.
Llegados hasta acá y habiendo atendido los diversos enfoque para pensar la obesidad y el sobrepeso, cabe que nos preguntemos sobre dos asuntos más que se interrelacionan: uno, que tiene que ver con el significado del alimento en relación a la historia singular de cada sujeto; y otro que se vincula con el impacto que tiene estar viviendo en una sociedad que continuamente nos invita a consumir.
Dentro de los trastornos de la alimentación, durante este siglo en curso, primero tuvo enorme repercusión el tema de la bulimia y la anorexia, al tiempo que actualmente el foco está puesto en mayor medida sobre la obesidad y el sobrepeso. Más allá de calorías, hormonas, sedentarismo y dietas varias, la reflexión aguda ha de centrarse en la relación que tiene la época que estamos viviendo con la obesidad.
«… mi amorcito, dale, comé… tenés que comer sino no te vas a poner fuerte… dale, comé, esto te va a hacer bien… mirá que si no comés no vas a crecer…».
Dicho de otro modo: si la parte visible de un iceberg es la obesidad y el sobrepeso, la parte bajo el agua es la época en que vivimos, caracterizada por proponernos permanentemente la cucharita en la boca con comida (objetos) para consumir. Nuestra época nos quiere como bebés repletos de comida y siempre prontos para recibir, tragar y consumir la nueva cucharadita (celular, viaje, ropa, etc) que «mamita o papito» tienen para ofrecernos.
Una cosa es el alimento y otra el vínculo que se crea y genera en torno a él. No es el pecho materno sino el vínculo que esa madre (o quien cumpla la función de maternaje) construye con su cría; vínculo que llevará a la humanización de ese cachorro desvalido que al nacer necesita la presencia de ese otro primordial para convertirse en sujeto. Es el vínculo que con miradas, caricias, palabras y gestos esa madre o quien cumpla con la función materna irá construyendo. En pocas palabras sería algo así: para que un niño crezca sano, más allá de satisfacer sus necesidades, lo relevante es que se lo ame y que se desee algo para él.
Para comprender los desarreglos que se producen en torno al alimento (anorexia, bulimia u obesidad) hay que prestar atención no al alimento sino a lo que este significa, es decir su valor como intermediario o eslabón que vinculó, en los inicios de la vida, al niño con las personas que lo cuidaban (la madre fundamentalmente).
Así como la anoréxica rechaza lo que el otro le ofrece, a la persona obesa se le dificulta decir «no» a la cucharita con comida. Así, el obeso queda ubicado en una posición infantil aceptando lo que viene de parte del otro, viviendo como extranjero su propio cuerpo. No es casualidad que aquellas personas que comienzan tratamientos para adelgazar digan: «ahora sí me voy a poner primero yo», «esta gordura es porque me había olvidado de mí» o «ya era hora que comenzara a pensar en mí».
El problema de la obesidad actualmente es sin dudas un asunto que requiere ser comprendido desde su multifactorialidad, al tiempo que es necesario un abordaje multidisciplinario para su tratamiento. Ahora bien, si lo que se pretende es construir una solución para este problema que es tanto singular como característico de nuestra época, la dimensión psíquica no se debería dejar de lado. Hoy por hoy, el contexto social empuja al consumo y en ese marco muchas personas eligen la comida, otras las drogas y otras alguna actividad desarrollada de modo voraz.
Nuestro tiempo está pidiendo como nunca antes que atendamos lo que nos pasa dentro, que prestemos atención a nuestras propias contradicciones, para que reconociéndolas éstas no actúen desde dentro. La cucharita con la papilla está por todos lados, cuando prendemos la tele, nos conectamos a las redes sociales o leemos la prensa por internet. Quizás el peor de los males actualmente, debido a que el contexto está muy inestable e incierto, es sucumbir a la ignorancia, la más terrible de las enfermedades, aquella cuyo lema es «no sé por qué hago lo que hago».
Muy buen artículo y muy certero, hoy en día las personas parecen no pensar y sólo se dedican a ser «urnas» «depósitos» a decir del gran pedagogo Paulo Freire. Lástima que no ha cambiado mucho la perspectiva de las personas y si con todo lo que está pasando las personas no reaccionan esto va por muy mal camino.
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Confiemos Catherina en lo que hacemos día a día, como vos en tu clase con tus alumnos, para transformar la realidad. No hay soluciones mágicas sino el trabajo constante, coherente y disciplinado en aras de una vida más amable para aquellos con quienes compartimos el camino de la vida.
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