Pan para hoy y hambre para mañana

El mundo es un lugar seguramente más uniforme que lo que era hace 100 años. Igualmente, aún hoy no es lo mismo para un niño crecer en el norte de Europa que en el medio de África, en alguna ciudad japonesa que hacerlo en una megalópolis de India o, en nuestro Montevideo, al norte de Avenida Italia que en barrios costeros como Pocitos y Punta Carretas.  En EEUU, a inicios del siglo XX, el 20% de toda la fuerza laboral eran niños y por entonces, el fotógrafo Lewis Hines recorrió el país denunciando con su cámara las condiciones injustas de explotación en las que trabajaban los más pequeños.

 

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EEUU ha sido y es cuna de un sinnúmero de emprendimientos, novedades y también escándalos. Uno de estos últimos fue el que recientemente sacó a luz el diario The New York Times, relacionado con el accionar de los padres topadoras, aquellos padres ocupados en preparar el camino para su hijos en lugar de sus hijos para el camino.

El escándalo fue protagonizado en el estado de California por un grupo de hombres y mujeres poderosos (estrellas de Hollywood, grandes ejecutivos, cabezas de megaestudios de abogados y presidentes de fundaciones) que hicieron trampas para que sus hijos entrasen en universidades prestigiosas como Yale y Stanford.

A cambio de mucho dinero estos padres llegaron a pagar a los entrenadores de la universidad para que mintieran y dijeran que sus hijos eran reclutas especiales en deportes que sus hijos ni siquiera jugaban. Otros pagaron a los encargados de aplicar los exámenes para que permitieran que alguien más inteligente tomara las pruebas suplantando a sus hijos.

Así como hoy están de moda la paternidad topadora, hace un tiempo lo estuvo la paternidad helicóptero y anteriormente la madre tigre.

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Los denominación paternidad helicóptero derivó de un estudio elaborado por la Universidad de Minnesota, en el que se describía a estos padres como aquellos que sobrevuelan con ansiedad por encima del hijo, protegiéndolo en cada decisión; padres con un ojo encima de sus hijos, sobreprotegiéndolos para evitar que se golpeen y/o sufran ante las circunstancias de la vida.

La madre tigre alude al libro «Battle Hymn of the Tiger Mother» (Himno de lucha de la madre tigre) que escribió Amy Chua, profesora de Derecho en la Universidad de Yale. En su ensayo Chua desarrolla su método de cómo criar hijos según los estándares exitosos que prevalecen en Oriente. tiger-mom1.jpgChua tuvo sus 15 minutos de fama que incluso la llevaron a ser tapa de la revista Time. Su método se resume en el siguiente decálogo sobre lo que está prohibido para los hijos de las madre tigre1. Dormir fuera de casa. 2. Jugar en red. 3. Participar en la obra de teatro del colegio. 4. Protestar por no participar en la obra del colegio. 5. Ver la tele o jugar en el ordenador. 6. Elegir actividades extraescolares. 7. Sacar una nota por debajo del sobresaliente. 8. No ser número uno. (excepto en gimnasia y teatro). 9. Tocar algo que no sea el violín o el piano. 10. No tocar alguno de los instrumentos anteriores. 

Lo que me parece que dan cuenta todas estas notas de prensa, así como los libros y también los adjetivos para los padres, es la desorientación y dificultades que están experimentando los adultos en el ejercicio de la parentalidad. Ello se deriva en gran medida del cambio de época en que estamos viviendo, pasando de vivir en la calesita a hacerlo en el rock & samba. No sólo el presente sino sobre todo el futuro asoma incierto e inestable.

Los adultos somos los responsables de guiar y acompañar a nuestros hijos para que se desarrollen y crezcan confiados y saludables, conscientes de sus potencialidades y con deseos de transformar la realidad cuando esta se presente complicada. El accionar de estos padres en California está dando cuenta, de un modo extremo, de una paternidad perniciosa, que no prepara a sus hijos para el camino sino que los instala en una infancia permanente, donde los caprichos, inseguridades y fantasías reinan a sus anchas.

El tiempo en que estamos viviendo nos presenta una realidad en la que pareciera que ser feliz es una obligación, las tristezas y frustraciones el peor de los males y el individualismo, el consumismo y la meritocracia las recetas para alcanzar la plenitud eterna.

El cuento corto de todo esto podría ser el siguiente: en la medida que los adultos continúen asociando felicidad con consumir y progresar con el hacé la tuya, es poco probable que los niños hablen, escuchen y tengan tiempos de niños, en lugar de pasar conectados a Netflix y la PlayStation. El desafío, básicamente para los adultos, está en recordar algo de sus (nuestras) infancias y cuidar y preservar ese tiempo que es para jugar, fantasear y desear.

 

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