Multicausales, las depresiones se expresan en los sujetos por la ausencia de fuerza, valor y futuro. Si lo que pienso y siento sobre mí mismo es poco, es probable que carezca de las fuerzas para actuar en el presente y en consecuencia desarrollar algún proyecto de futuro.
No hay recetas universales para los dilemas existenciales de los sujetos que vivimos en este siglo, poblado de innumerables estímulos e incertidumbres. Ya no hay manuales como en el siglo anterior. Ni el trabajo para toda la vida, ni la religión como fuente de certezas y ni siquiera la política como ámbito de congregación. Árido escenario el actual, en el que las banderas de los clubes deportivos parecen haberse convertido en ideales de jóvenes y no tan jóvenes. O peor: el ideal puesto en objetos de consumo siempre cambiantes.
Si el siglo XX fue una calesita (bastante previsible, equilibrada y descansando en las certezas que ofrecía la política, el trabajo y/o la religión), este siglo XXI se parece al «rock & samba», por lo impredecible y carente de equilibrio.
¿Solución? Globales y universales no existen. Toca comenzar por el equilibrio personal, por poder definir qué quiere hacer uno con su vida, cómo quiere vivirla, con sus límites y posibilidades. El equilibrio, inestable por cierto, llega con las preguntas constantes que uno se hace a sí mismo, con el propósito de conectar con el presente y trabajar para crear el futuro deseado.
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