Lo que no se nombra, se repite: el valor de poner en palabras lo que duele


En la vida muchas veces nos encontramos repitiendo situaciones que parecen calcadas: vínculos que terminan de la misma manera, reacciones que se desatan ante los mismos estímulos, decisiones que nos llevan a idénticos callejones. Desde afuera, puede parecer un capricho, un error o una falta de aprendizaje. Sin embargo, desde la clínica sabemos que lo que se repite no es casualidad, es un mecanismo psíquico.

La repetición es una forma de lidiar con algo que no pudo elaborarse del todo. Como si el psiquismo volviera una y otra vez sobre la herida, buscando inconscientemente una salida distinta. El problema es que, al no tener palabras para lo vivido, lo repetido se vuelve círculo vicioso: en lugar de resolver, profundiza el malestar.

Esto ocurre tanto en la vida íntima como en los vínculos laborales o sociales. Una persona que repite relaciones en las que se siente poco valorada, alguien que siempre reacciona con enojo desmedido frente a la frustración, o quien se encuentra atrapado en un patrón de autoexigencia que nunca alcanza. Repetimos lo que no pudimos simbolizar: aquello que quedó sin nombre busca expresarse en actos, síntomas o elecciones que nos devuelven al mismo lugar.

Aquí aparece la importancia de poner en palabras lo que duele. Nombrar no resuelve mágicamente, pero transforma la experiencia. Porque cuando lo innombrado encuentra palabras, deja de gobernar desde la sombra y se vuelve pensable. Y lo que puede pensarse, puede también tramitarse de otra manera.

El cuerpo muchas veces es el primer escenario de estas repeticiones: dolores recurrentes, insomnio, palpitaciones sin causa médica clara. Lo que no se dice, el cuerpo lo actúa. De la misma forma, en los vínculos reaparecen escenas conocidas: discusiones que parecen siempre iguales, miedos que nos acompañan en cada relación, frustraciones que se repiten como un eco.

La terapia se convierte entonces en un espacio único. No porque dé recetas ni soluciones rápidas —no hay fórmulas mágicas para el sufrimiento—, sino porque ofrece un lugar donde lo silenciado puede ser dicho. La escucha analítica habilita que el malestar se exprese en palabras, en lugar de seguir actuándose en síntomas o en vínculos que duelen.

Nombrar también implica tiempo y proceso. No siempre lo que duele se deja decir enseguida. Muchas veces aparece primero como silencio, como gesto, como pausa. El trabajo terapéutico respeta esos tiempos: no apura, no juzga, no fuerza. Pero poco a poco, en ese espacio de confianza, las palabras llegan y con ellas la posibilidad de hacer algo distinto con lo vivido.

Cerrar este círculo no significa olvidar ni borrar lo pasado, sino darle un sentido nuevo. Lo que se repite de manera inconsciente puede transformarse en aprendizaje cuando encuentra su lugar en el lenguaje. Ese es el valor de la palabra: abrir caminos donde antes solo había retorno al mismo dolor.

En definitiva, lo que no se nombra, se repite. Lo que se nombra, comienza a transformarse. Y ese paso de lo innombrable a lo dicho marca la diferencia entre quedar atrapado en el malestar o empezar a construir una vida más habitable.

Crédito de la imagen destacada: https://www.pexels.com/photo/green-plants-on-brown-brick-wall-12216326/


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