En noviembre pasado, a los 85 años y tras una breve enfermedad, murió David Prowse, quien en la primera trilogía de Star Wars dio vida con sus casi dos metros de altura al mítico Darth Vader . De 1977 a 1983, en los episodios IV (Una nueva esperanza, 1977), V (El imperio contraataca, 1981) y VI (El retorno del Jedi, 1983), Prowse se puso el traje de uno de los villanos icónicos del último medio siglo.

Star Wars es sinónimo de cultura popular puesto que viene entreteniendo a distintas generaciones en una de las producciones cinematográficas que más éxito ha tenido en la industria del séptimo arte. Su prestigio anida en George Lucas, su creador, quien como estudioso del budismo y de la mitología universal, se inspiró en el libro “El héroe de las mil caras” del escritor Joseph Campbell, quien descubrió que la misma estructura narrativa (El viaje del héroe) se repite en numerosos mitos a lo largo y ancho del mundo.
El viaje del héroe es el que emprende Luke Skywalker en la primera trilogía, cuando deja su mundo cómodo, lo que hoy llamamos zona de confort, para adentrarse en el camino donde, desafíos mediante, irá descubriendo o construyendo su identidad.
Más allá del viaje que Luke recorre en la trilogía que dio origen a la saga, no es éste, ni su hermana Leia ni Han Solo, el auténtico protagonista. Quien establece la línea narrativa en la saga de Star Wars no es otro que el mismísimo Darth Vader, evidenciando con ello varias cosas. Primero, que una historia no necesariamente evoluciona por el lado bueno, segundo, que no se trata de un proceso lineal en progreso hacia adelante y tercero, que la redención, si es que acontece, implica fundamentalmente lidiar con los demonios propios.

Ascenso y caída
«El miedo es el camino hacia el lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento, el sufrimiento al lado oscuro»
– Yoda a Anakin en el Episodio I –
En el universo de Star Wars hay dos fuerzas que se oponen: el lado oscuro y «la Fuerza» propiamente dicha. Mientras que el primero hace alusión al odio, la maldad, la muerte y todo aquello que desune, «la Fuerza» remite al lado luminoso de la vida, a lo positivo y a lo que une y procura preservar la existencia. El lado oscuro es la fuente de poder de los Sith, en tanto que «la Fuerza» es de lo que se nutren los Jedi.

Si la primera trilogía (los episodios IV, V y VI, estrenados entre 1977 y 1983) mostraba el viaje del héroe que hacía Luke hasta enfrentarse a Darth Vader, en la precuela (episodios I, II y III, filmados entre 1999 y 2005) se nos cuenta el camino de Anakin Skywalker hasta convertirse en el villano de máscara negra, respiración volcánica y voz profunda. En los episodios I, II y III Anakin es un niño feliz y risueño, que junto a su madre vive en condición de esclavo, a pesar de lo cual ayuda a la gente en problemas y muestra su solidaridad. Anakin no ha conocido a su padre y «la Fuerza» que se comienza a expresar, conduce a que se le acerquen los Jedi Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi, con quienes establecerá una transferencia de carácter paternal. Antes de transformarse en Darth Vader, Anakin se irá debatiendo entre el bien y el mal, entre «la Fuerza» y el lado oscuro.
Separado físicamente de su madre (¿y emocionalmente… de su placenta psíquica?) para prepararse como Jedi en un monasterio, Anakin poco a poco irá deslizándose hacia el lado oscuro. La imposibilidad para tolerar y duelar las pérdidas de su madre primero y la mujer que ama después, convertirán a Anakin en presa fácil para los intereses del Emperador Palpatine, quien resultará siendo un Lord Sith que lo llevará hacia el lado oscuro.
El ascenso de Anakin en el conocimiento de «la Fuerza» y su caída al lado oscuro se pueden explicar por las diferentes circunstancias en que éste y su hijo Luke crecieron. Anakin fue concebido por obra únicamente de su madre, no conoció a su padre y continuó esclavo en el planeta donde vivía hasta que partió a formarse como Jedi con el designio de ser quien traería equilibrio a «la Fuerza». Su hijo Luke, en cambio, creció en un hogar donde no fue esclavo, ni creció con el estigma de ser el elegido (su majestad/tirano ‘mi hijo’) y en consecuencia un instrumento de poder. Además de ello, los maestros con los que se formó estaban más preparados de los que acompañaron a Anakin, al tiempo que las amistades de las que se rodeó (Han solo, Chewbacca, Lando Calrissian, los androides C3po y R2 y su hermana Leia) le apuntalaron y acompañaron en los diversos momentos en que se iba convirtiendo en adulto, esos momentos en que tuvo que asumir las consecuencias de sus actos y sus palabras.
La redención
Considerada como una de las más famosas de la historia del cine, la escena del episodio V, El imperio contraataca, en la que Darth Vader le dice a Luke «No, yo soy tu padre», podría catalogarse como el inicio de la redención del icónico villano.
Dejando a un lado las interpretaciones más generalistas en torno a la saga, acerca de la eterna lucha entre el bien y el mal, resulta crucial sumergirnos en una interpretación que contemple un más allá de esta perspectiva lineal. Precedida del combate entre Luke y Darth Vader, la frase «no, yo soy tu padre» ilustra la dimensión edípica, la necesaria confrontación entre las generaciones, actualmente en riesgo a causa de la horizontalización y a veces anarquía que reina en los vínculos. La verticalidad se ha vuelto mala palabra y es un peligro mayúsculo asociar la Ley a lo severo y persecutorio.
Sobre este punto, Massimo Recalcati en su libro «El secreto del hijo» lo explica así: «… comprender a los hijos se confunde con querer hacerles la vida más fácil, siempre cuesta abajo, carente de peligros y amenazas. Padres e hijos extravían el secreto que no pueden compartir y que los separa, haciéndolos diferentes, para compartir una idea narcisista de la vida como una afirmación de uno mismo».
Dicho de otra forma, es la idea equivocada de querer acomodar la ruta para los hijos en lugar de prepararlos a ellos para caminar, superar los tropiezos y transformarse con los obstáculos. Exclusivamente con la cultura del diálogo y la empatía, hoy predominante, corremos el riesgo de estar criando personas más atentas a sus ombligos que sensibles a la vida de sus semejantes.
La redención, que comenzaba con el «yo soy tu padre» en el final del episodio V, culmina en el episodio VI cuando Darth Vader deviene nuevamente en Jedi al sacarse el casco, esa máscara que le cubría las huellas y marcas del camino recorrido.
No es casual que sea su hijo Luke, pero en función paterna, quien posibilite el regreso de Anakin al mundo Jedi. Es esa insignia la que Luke le ofrece a su padre, ahora en posición de hijo, para que vuelva a la vida desde la oscuridad. Así, entre padre e hijo la idealización termina por declinar, la agresividad a disminuir y la identificación a producirse.
Luke le dice chau al padre de la infancia, le dice adiós al reino dorado de la infancia y a su lugar de hijo idealizado, cuando al final del episodio V Darth Vader le dice que él es su padre. Así, lo que cae es el padre idealizado, ese padre que para Luke era un Jedi, primero traicionado y luego asesinado por Darth Vader, quien ahora no es su enemigo acérrimo sino un padre caído en desgracia.
En una época como la nuestra, en la que poco se quiere saber del tiempo del esfuerzo y de las angustias, y en términos generales del sentido ético de responsabilidad, resulta crucial preservar la diferencia simbólica entre padres e hijos. Diferencia generacional que no confunda comprensión con procurarle a los hijos un camino carente de obstáculos y peligros. Parafraseando a Recalcati: «el mayor regalo de los progenitores es no pretender ni anhelar la comprensión mutua. Significa saber dejar marchar a los hijos y estar siempre listos para acogerlo a su regreso».