Se va y no regresa. Sí, claro, como cualquier otro año, solo que este 2020 que se está yendo no ha sido como cualquier otro y por lo tanto no será tan simple olvidarlo. Tal vez como no sucedía desde hace mucho tiempo, quizás probablemente desde la IIGM, gran parte de la humanidad ha visto como sus vidas cotidianas se afectaban a causa del Covid-19.
El coronavirus, que en nuestro Uruguay impactó con toda su fuerza a mediados de marzo pasado, expresó toda su lógica en las manos, los tapabocas y la distancia; dicho de otra manera, en el necesario lavado de manos de una forma que no conocíamos anteriormente, en el tapabocas para reducir el contagio, así como en la distancia para evitar la diseminación del virus. Contagiar o no contagiar, cuidarse para cuidar han sido las claves de este año inédito y en muchos sentidos crítico.
Una crisis es un corte en la cotidianeidad que puede derivar en trauma en función del efecto que puede producir en una persona o en un colectivo. Una crisis es como una ola que con toda su fuerza tiene el potencial para revolcarnos en la orilla, produciéndonos daño y también sufrimiento, ya sea porque nosotros o alguien querido se enfermó o porque vimos como se afectaban nuestros medios de sustento cotidiano.
Ya no hay dudas que estamos globalizados e interconectados, tanto para las buenas como para las malas. Ojalá que este año constituya un punto de inflexión para quien con coraje y valentía esté dispuesto a pensar en lo que el coronavirus llegó para enseñar(le).