Inflexión y responsabilidad

Se está yendo, se termina, finalizó, se fue. En el calendario el 2020 llegó a su fin y comenzamos los primeros días del nuevo mes y el nuevo año con la esperanza de que con la agenda nueva las cosas cambien. La pregunta es qué queremos decir con las cosas. Qué son esas cosas que queremos que se modifiquen y, aún más profundo, qué estamos dispuestos a hacer para que ello ocurra. ¿Cambian las cosas, cambia uno? Avancemos y veamos de qué estamos hablando.

El 2020 estará asociado de aquí en más a ciertas palabras clave: confinamiento, miedo, Wuhan, vacuna, angustia, tapabocas, pánico, termómetro, cuarentena, virus, covid, coronavirus, síntomas, muerte, fiebre, aislamiento, solidaridad, esperanza, resiliencia, entre las más conocidas. El camino en el que estamos comenzó a fines del 2019 en China y aún hoy, un año y pico después, todavía nos tiene alertas y expectantes respecto a la efectividad de las vacunas como de las posibles nuevas cepas del virus.

2020 ha sido un año diferente y no caben dudas al respecto. Sin embargo, y dejando el pensamiento mágico a un lado, el cambio de números en el calendario no significará que, al menos en el corto plazo, las limitaciones y restricciones vayan a menguar, ni que la nueva normalidad sea diferente a la anterior, es decir aquella que vivíamos en tiempos previos al Covid.

Tal vez algo de esto último esté quedando al descubierto durante estos diez días que van de Navidad hasta el 6 de enero. Como en anteriores posts, donde hablaba del ideal de nuestra época, que ha puesto a la felicidad como un derecho y un fin en sí mismo, nuevamente por estas fechas se ha vuelto a imponer el “… hay que pasar las fiestas”.

Bajo la consigna de compartir el tiempo con la familia, comprar regalos y ser felices, el “… hay que pasar las fiestas” se apoya, como una suerte de mandato divino que baja desde los cielos, en las ideas y/o conceptos de consumir, gozar y estar con otros. Pensar y reflexionar son las herramientas para elegir diferente, para dilucidar si uno pasa bien con aquellos con quien supuestamente tiene que compartir y si para regalar algo hay que comprarlo. Claro que como decía en otro post, siempre es más fácil obedecer o repetir que pensar y elegir diferente.

Desnaturalizar o quitarles el velo de normalidad a estas supuestas obligaciones es el camino para dejar de soportar la vida y comenzar a vivirla. Claro que caminar a contracorriente no es tarea sencilla y se necesita coraje y valentía para seguir abriendo trillo y haciendo camino al andar.

Si algo trajo, o quizás mejor dicho instaló, el Covid-19 fue la incertidumbre así como un aroma de angustia que más aquí o más allá podemos respirar en el aire. Incertidumbre y angustia, en algunos casos, de enfermar y tal vez morir, y en otros de quedar pedaleando en el aire como consecuencia de perder el empleo y no tener como hacer frente a las obligaciones contraídas.

Este momento de crisis global, así como de carácter comunitario y también subjetivo, ha puesto de relieve la hoy más que nunca necesaria sociedad entre libertad y responsabilidad. Esto es así porque cuando la libertad comienza a rimar con soberanía personal, no solo estamos hablando de falta de solidaridad sino desconociendo que todos estamos estrechamente vinculados. Quizás esa sea la gran lección del coronavirus: así como para las buenas también nos afectamos para las malas. Las prioridades cambiaron y hoy cuidarse, quizás como nunca anteriormente, dejó de ser una tarea solitaria.

Este 2020 que se va, que se está yendo o que ya se fue, ojalá nos invite a la reflexión, a poner en su justo término qué ha puesto negro sobre blanco esta coyuntura o qué ha revelado esa marea baja que está implicando el Covid-19. Reflexión mediante, también esta situación crítica ojalá de pie a constituirse en un punto de inflexión, en una toma de consciencia de lo bueno que nos viene dejando esta circunstancia así como de los vicios que acarreábamos de la vieja normalidad.

Comprar, viajar y/o disfrutar de las bonanzas de una globalización que nos ha permitido acceder a objetos y lugares antes inimaginables no es un mal en sí mismo ni algo de lo que sentirnos culpables. No, nada de eso. Lo que sí es digno de un signo de interrogación es el consumo tiránico, que a cualquier nivel prioriza los placeres y el derecho a la felicidad relegando o rezagando las siembras importantes. Es digno de interrogación, debido a que pone en jaque la sostenibilidad en múltiples niveles, la balanza siempre inclinada en favor de aquellas acciones que son “pan para hoy y hambre para mañana”.

La nueva normalidad no sabemos si llegará de la mano de alguna de las vacunas que se están administrando o se administrarán. Ojalá que sí y que consigo traiga sosiego y calma a las comunidades, familias y sujetos que se han visto más afectados por este punto de inflexión global que se llama Covid-19. Esta crisis pasará en algún momento y es esperable que podamos elegir pensar y reflexionar sobre las enseñanzas que nos deja. Quizás una de ellas sea lo que en tiempos de restricciones nos ha permitido la tecnología: mantener el contacto educativo, laboral y sobre todo afectivo. Tal vez otra de las lecciones que podemos elegir tomar es la de revisar las prioridades y motivaciones que sostienen nuestras existencias. En definitiva, al menos para estas líneas, ojalá que esta coyuntura inédita y también crítica se constituya en el punto de inflexión que nos afloje las petrificaciones que nos habitan y nos oriente hacia el camino de las incertidumbres, donde las preguntas y las responsabilidades son desafíos permanentes.

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