En 1941 el psicólogo y psicoanalista alemán Erich Fromm escribió un libro clásico titulado El miedo a la libertad, en el que aseveraba que el ser humano le huye a decidir, teme a la soledad y deja en manos de la sociedad la regulación de sus formas de ocuparse, entretenerse y relacionarse con los demás.
Fromm escribió este libro en plena segunda guerra mundial, en pleno auge de los totalitarismos, cuando sociedades enteras sucumbían e hipotecaban sus libertades en aras de mandatarios y regímenes que ofrecían la «cura» para la inseguridad, la soledad, las dudas y la ausencia de prosperidad. Fue ese un tiempo donde los totalitarismos se encarnaban fuera, en gobiernos elegidos democráticamente.
Desde entonces más de 70 años han pasado y el de nuestros días es un mundo bastante diferente. El paradigma industrial ha caducado y las tecnologías de la información nos rodean por doquier. Vivimos en un mundo heterogéneo: así como en Brunei el sultán ordenó lapidar a homosexuales y adúlteros, occidente se debate en torno a cómo equilibrar desarrollo y seguridad, qué hacer con el empleo como consecuencia de la automatización, además de las presiones que se derivan de las corrientes migratorias entre países y regiones.
En este contexto, el sujeto ya no es presa de sociedades que incitan a barrer debajo de la alfombra aquello que no toleran. Hoy no vivimos en una sociedad de frustraciones, asfixias y prohibiciones. El tiempo de antes oponía lo que los sujetos querían con las prohibiciones, tabúes y limitaciones que recaían sobre el tejido social. Las coordenadas actuales ubican el conflicto ya no entre el individuo y la sociedad, sino dentro del sujeto mismo. Si antes había claroscuros, grises y zonas opacas, hoy todo está a la luz, en un enorme escaparate pronto a ser comercializado. La intimidad se ha convertido en espectáculo y las redes el lugar propicio donde exponerse.
Vivimos un tiempo de vértigo e impaciencias, muchas veces sin saber detrás de qué corremos. Escasean las preguntas sobre dónde estamos, de dónde venimos y qué elegir como proyecto. Nuestra época promueve un sujeto que se siente como el centro del mundo, fin último de su pensar y hacer. Un sujeto centrado en su felicidad, realización y bienestar, sin importar si eso es en el marco de alguna red de la que formar parte. Bienestar que recae en el cuidado y glorificación del cuerpo, que al mismo tiempo va de la mano con una búsqueda por cualquier medio de la salud, que también incluye, como si de gimnasia se tratara, la superación de cualquier frustración sexual.
Si el tiempo pretérito estuvo caracterizado por el reinado de los psíquico para atender los asuntos humanos, hoy el péndulo se ha inclinado hacia lo químico. El estudio del cerebro y los avances en las neurociencias han movido la balanza hacia la ciencia, como si exclusivamente los diagnósticos y los tratamientos pudieran ser abordados desde un enfoque bioquímico. De ahí el auge de la medicalización para abordar los padeceres y sufrimientos humanos.
La caída de los grandes relatos, como paraguas en los que guarecerse, significaron la orfandad para un sinnúmero de sujetos, que deambulan sin brújula en procura de algún sitio, de algún marco simbólico que les ofrezca una señal de identidad y pertenencia. Asistimos actualmente a sujetos angustiados que se sienten desprotegidos, indefensos y sin marcos que les brinden un sostén. Las certezas de antaño han mutado a las incertidumbres y volatilidades del hoy. Este panorama ha sido leído por una psiquiatría biologicista que propone marcos, tipo corrales, donde los sujetos (pacientes) se puedan guarecer, donde sentirse seguros a la luz de algún diagnóstico tranquilizante y un posterior tratamiento medicamentoso.
El sujeto contemporáneo quiere resultados y mejoras al compás de entrenamientos, apps de celular y terapias variadas, la mayoría de las cuales proponen trabajo duro y mucha voluntad para alcanzar objetivos conscientes. El sujeto del presente pareciera ser que no quiere saber nada de mirarse dentro, de introspección y buceo.
Fromm está vivo con su libro y su pensamiento, en la medida que aún sigue vigente su idea de un sujeto que delega en la sociedad y en los ideales que el mercado propone, las coordenadas de su vida. Aunque no lo sepa, el camino para ese sujeto es pan para hoy y hambre para mañana, en cuanto y en tanto desconoce que estamos determinados por cosas que no dominamos y escasamente propenso para saber qué pasa dentro de sí.