Cuando el adulto no aparece

Hay adultos que llegan a terapia pero no llegan del todo. Piden una hora, cancelan, vuelven, pausan, cambian fechas, proponen interrupciones largas sin elaborar, anuncian decisiones unilaterales. La clínica se vuelve extraña, como si el proceso avanzara y retrocediera al mismo tiempo. No es falta de voluntad, ni mala educación, ni desinterés. Es algo más profundo: la persona está funcionando desde un lugar infantil, aunque tenga 30, 40 o 60 años. Y cuando el adulto no aparece, la terapia no puede empezar.

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Hacer hogar en uno mismo

Cada semana escucho adultos que sostienen la vida entera con las manos: trabajan, cuidan, responden, resuelven. Personas sensibles, responsables, capaces. Y sin embargo, agotadas.

Por fuera funcionan. Por dentro están lejos de sí mismas. Y no es falta de voluntad. Es falta de hogar interno.

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Cuando el dolor no encuentra dónde caer

Notas sobre el sufrimiento silencioso de esta época

Hay dolores que no gritan. No rompen nada, no detienen la vida, no dejan marcas visibles. Siguen ahí, debajo de todo, buscando un lugar donde caer; que no encuentran. En esta época veloz —tan llena de tareas, pantallas, expectativas y rendimiento— el dolor quedó sin permiso. No hay espacio para aflojar, ni para llorar, ni para detenerse. La cultura entera parece diseñada para evitar el lado B de la vida.

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El lado B

Una reflexión sobre el dolor que la época intenta tapar

En los cassettes de los años 80, el lado A era el que todos escuchaban. Los hits, lo visible, lo que sonaba bien. Pero siempre había un lado B: más crudo, más íntimo, más verdadero. Ahí vivían las canciones que no buscaban gustar, sino decir algo que solo podía nacer en la sombra.

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