La escritura en el borde del vínculo

Una reflexión sobre el gesto de escribir durante las sesiones: no como registro técnico, sino como acto de cuidado.
Un cuaderno que no archiva, acompaña.

Hay un momento en cada proceso terapéutico en que las palabras que se dicen parecen pedir una casa. No para archivarlas, sino para sostenerlas. Una hoja, un cuaderno, una línea escrita puede convertirse en ese lugar intermedio: no es del terapeuta ni del paciente, sino de ambos; un espacio que respira entre la palabra y el silencio.

A eso llamo la escritura en el borde del vínculo.

Durante años, el cuaderno fue mi herramienta de registro: allí anotaba lo que veía, lo que escuchaba, lo que necesitaba recordar. Hoy descubro que puede ser algo distinto: una extensión del encuentro, una manera de cuidar lo que sucede entre dos personas que se escuchan. Cuando tomo una nota en sesión, no escribo sobre alguien; escribo con alguien.
Anotar una frase puede ser decirle al otro, sin palabras:

Ese gesto convierte la escritura en una forma de presencia, no de control. En vez de distancia, genera cercanía: se vuelve parte del diálogo, parte de la respiración del proceso.

Cada sesión tiene su clima, su pulso, su temperatura. Hay palabras que nacen tibias, cargadas de sentido, y silencios que contienen más verdad que cualquier interpretación. Anotar desde esa temperatura —y no desde la fría observación— es una forma de escribir con el cuerpo: registrar lo que vibra, lo que respira, lo que transforma.

El cuaderno, así, deja de ser un archivo del pasado para transformarse en un recipiente de presencia. Guarda la memoria viva del proceso, su tono, su ritmo, su humanidad.

Winnicott hablaba del espacio transicional: ese territorio entre el yo y el otro donde puede nacer el juego, la creatividad, la vida psíquica. La escritura en el borde del vínculo pertenece a ese lugar. No es pura fantasía ni pura descripción; es zona de juego simbólico, donde el sentido se crea de a dos.

A veces escribo una frase mientras alguien habla; otras, anoto después de la sesión, como quien deja una piedra blanca en el camino para recordar por dónde pasó la vida.
Cada palabra escrita es una huella de resonancia: no pretende explicar, solo sostener.

Anotar en el borde del vínculo es una práctica de humildad: reconocer que lo que sucede entre dos personas merece ser cuidado. Escribir no para entenderlo todo, sino para no dejar que se pierda lo esencial.

Y también es una práctica de honestidad: mostrar que la escucha no es solo mental, sino encarnada. El cuaderno es testigo de esa ética silenciosa que sostiene el oficio: cuidar sin poseer, acompañar sin invadir, escuchar sin apropiarse.

Hoy sé que escribo por tres razones.
Escribo para mí, porque al nombrar lo vivido se ordena la experiencia.
Escribo para mis colegas, porque compartir la práctica del cuidado también la mantiene viva.
Y escribo para mis pacientes, porque merecen saber que cada palabra se trata con respeto, con atención, con amor al oficio.


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4 comentarios sobre “La escritura en el borde del vínculo

  1. Gracias Agustin, por tanto. Me hiciste volver a mi niñez. Desde que aprendí a escribir, hacerlo fue un gran desahogo en mi vida y me doy cuenta por todo lo que escribiste anteriormente. Hace unos días ordenando mis cosas me reencontré con muchos cuadernos donde había volcado mucho de mi vida en sus páginas, incluso muchas cosas vividas me llevan a escribir cuentos.

    Gracias, gracias, gracias, sigue adelante, me ayuda mucho todo lo que comentas, en mi vida personal, con mis 69 años y después de leerte puedo liberar más cosas que me pesan y recién me doy cuenta.

    Abrazo de luz, Elizabeth

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    1. Elizabeth, gracias por compartirlo.
      Tu mensaje encarna exactamente el sentido del texto: cuando la escritura deja de ser técnica y se vuelve encuentro.
      Qué lindo saber que tus cuadernos te acompañan así, como espacio de reencuentro y sostén.
      Un abrazo grande,
      Agustín

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