Perder no es solo decir adiós a alguien. A veces, perder también es soltar un proyecto, un lugar, un rol, una etapa de la vida o una versión de nosotros mismos. Y aunque el dolor no siempre tenga nombre, se siente igual: en el cuerpo, en el alma, en los vínculos, en el silencio. El duelo es un proceso inevitable y profundamente humano. No es lineal ni tiene tiempos fijos. Pero sí tiene sentido: nos permite integrar la pérdida y, con el tiempo, volver a conectar con la vida.
Cuando perdemos, algo de nosotros también se va
No solo perdemos a quien se fue. Perdemos una parte de nosotros que vivía en ese vínculo: las rutinas compartidas, las miradas, los gestos que eran solo nuestros. Como escribió Sigmund Freud: “sepultamos con aquello que perdemos nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces”. Duele el otro, pero también duele lo que éramos en su presencia.
No es solo extrañar
El duelo no es solo nostalgia. Es un movimiento interno que nos enfrenta al vacío de lo que ya no está: los planes, las promesas, las palabras que no llegamos a decir. Por eso, el dolor a veces nos toma por sorpresa, en medio del día o de la noche, cuando una canción, un olor o una frase nos devuelve a aquello que se perdió.
Nombrar el vacío
Duele más lo que no se puede nombrar. Por eso, parte del trabajo del duelo es ponerle palabras al silencio, darle forma al vacío. Nombrar lo que se fue no lo borra, pero abre la posibilidad de resignificarlo. De hacerlo parte de nuestra historia, sin que lo siga siendo todo.
El duelo tiene tiempos
Freud habló de tres momentos: la negación inicial, el trabajo de desprendimiento y, finalmente, la posibilidad de volver a investir en el mundo. Pero esos tiempos no son automáticos. No se pueden forzar. Hay quienes se quedan años en el primer paso. Y hay quienes logran, poco a poco, dar lugar al deseo y volver a mirar con entusiasmo la vida. Cada quien a su ritmo.
El duelo es trabajo del alma
No hay nada pasivo en el duelo. Es un trabajo psíquico profundo, a veces invisible por fuera, pero que desgasta por dentro. Implica despedirse de lo que fue, aceptar lo que es y abrirse a lo que podrá ser. Hacer el duelo no es rendirse: es sostener la memoria, atravesar el dolor y, cuando sea posible, volver a elegir vivir.
Cuando el duelo se traba
Hay duelos que se estancan. Que no se dicen. Que se tapan con actividad, con sustancias, con hiperproductividad. Allí, una escucha atenta puede ser faro. Alguien que no apure ni juzgue. A veces, hablar es lo que hace posible comenzar a duelar.
También se hace duelo por lo que no fue
No solo se llora a las personas. Se puede llorar por un trabajo perdido, por una mudanza, por una etapa que se cerró o por una versión de nosotros mismos que ya no somos. El duelo también es por lo que no llegó a ser, por lo que se frustró, por lo que soñamos y no sucedió.
Hay pérdidas sin nombre… y duelen igual
Algunas pérdidas no tienen un hito claro, ni un adiós explícito. Pero igual se sienten: una forma de vida, una pertenencia, un rol. Y aunque a veces intentamos minimizarlas, esas pérdidas también merecen ser lloradas, escuchadas y elaboradas. Porque forman parte de lo que somos.
Duelar es vivir
Duelar es aprender a soltar sin olvidar. Es poder mirar hacia atrás con ternura y hacia adelante con deseo. No hay recetas. No hay tiempos ideales. Pero hay caminos. Y sobre todo, hay algo que vale la pena recordar:
Lo que se nombra, se transforma.
Lo que se elabora, deja de doler tanto.
Y lo que se pierde, puede dejar una huella… y no una herida.
Crédito de la imagen destacada: https://www.pexels.com/es-es/foto/flor-blanca-en-libro-1846422/
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Sabias palabras, sigue adelante. Todo lo que compartes me llega al alma y me hace mucho bien.
Abrazo de luz, Elizabeth
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Hola Elizabeth, buenas tardes.
Me alegra saber que te gustó el artículo y que te hace bien lo que comparto en las redes y acá en el blog.
Gracias por leerme. Abrazo grande.
Agustín
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