Chau primer semestre del año, durante el cual hemos pasado más de la mitad confinados en nuestros hogares, con miedo, incertidumbre y grados variables de asombro a medida que los días iban pasando. Estamos ante un trauma generalizado que como una gran ola impactando en la costa se lleva puesto a todos aquellos que se encontraban cerca y no tuvieron tiempo de reaccionar a tiempo.
Convivencia a veces forzada, aburrimiento, encierro, riesgo y también violencia han sido durante estos tres meses y medio el resultado de un tiempo que, al menos en nuestro Uruguay, parece ir concluyendo para dar paso a una “Nueva Normalidad”, caracterizada por más distancia física, mucho tapaboca y también bastante incertidumbre sobre lo que vendrá.
La ola golpeó y no sabemos si ha sido la última. Arrojadas en la arena han quedado muchas personas y familias que a medida que se incorporan se preguntan cómo continuar y cómo sobrevivirán en el tiempo futuro.
En este contexto, los actores estatales y también no gubernamentales tienen/tenemos por delante la tarea de contribuir a sostener, alojar el sufrimiento y abrir espacios para que se desplieguen los relatos singulares que, por un lado, detengan los actos impulsivos y, por otra parte, permitan localizar los miedos íntimos que han sintonizado con el que nos trajo el coronavirus.