Este año se está cumpliendo el 60 aniversario de su fallecimiento y la universalidad de su obra y la intemporalidad de sus ideas sitúan a Albert Camus como un referente de la literatura universal. La peste, novela que publicó en 1947, nos ayuda a pensar y reflexionar sobre la crisis en la que nos ha sumido el Covid-19.
Nacido en 1913 y fallecido en 1960, Camus fue un novelista, dramaturgo, ensayista, filósofo y periodista franco-argelino que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1957. La peste es la historia del Dr. Bernard Rieux y un puñado de voluntarios que arriesgan sus vidas en la lucha contra la peste, una lucha en la que persisten sabiendo que hay poco que pueden hacer para combatir los horrores de la enfermedad.
Cinco años antes, Camus había publicado El mito de Sísifo, un famoso ensayo que nos habla del silencioso heroísmo de aquellos que trabajan frente a la aparente inutilidad. La peste está impregnada de este último.
Ambientada en lo que entonces era la ciudad colonial argelina de Orán, La peste se puede leer como una alegoría de la Francia ocupada por los nazis durante la II GM. Camus había vivido la ocupación nazi en París, donde dirigía el periódico de resistencia Combat.
La peste comienza en el mes de abril, en una Orán vital y frenética, donde las personas, prestando escasa atención a las existencias de los demás, no tienen sentido de comunidad. Son individuos, no ciudadanos. La acumulación de bienes es más importante que conductas básicas como el descansar. Prosperar materialmente es más relevante que saber lo que le sucede al prójimo.
Una pandemia puede generar un re-enfoque de manera brusca, que es lo que sucede con algunos de los habitantes de la Orán de Camus, cuando las ratas comienzan a morir y la peste bubónica pronto se instala en la ciudad. Al principio, al parecer, los residentes de Orán no son tan diferentes de lo que ha sucedido y sucede con nosotros. Dice Camus: “… nuestros ciudadanos trabajan duro… pero únicamente con el objetivo de enriquecerse. Su principal interés es el comercio, y su principal objetivo en la vida es, como lo llaman, ‘hacer negocios’. Naturalmente, no evitan placeres tan simples como hacer el amor, tomar baños en el mar o ir al cine. Pero, con mucha sensatez, reservan estos pasatiempos para los sábados por la tarde y los domingos y emplean el resto de la semana para ganar dinero, tanto como sea posible».
En la novela la muerte se torna inevitable, al igual que hoy a causa del coronavirus. La plaga acelera su avance arrinconando a su paso a los habitantes de Orán. En la novela, los muertos se acumulan y la ciudad finalmente se pone en cuarentena, mientras sus habitantes quedan aislados del mundo exterior.
No obstante, al principio los funcionarios locales, la prensa e incluso los médicos se preocupan principalmente por no alarmar a la población. La ciudad todavía está llena de cafés y locales nocturnos. Abundan la negación y las ilusiones. Los líderes son tímidos y poco sinceros.
Jean Tarrou, un visitante varado en Orán durante la cuarentena y que se hace amigo de Rieux, dirá: “… todos nuestros problemas surgen de nuestro fracaso en el uso de un lenguaje sencillo y limpio». Tarrou organiza escuadrones de sanitarios que se exponen sin temor a la enfermedad y Rieux admira a esos voluntarios pero advierte de elogiarlos en exceso, ya que eso sugiere que la mayoría de las personas, en comparación, son insensibles. Y Rieux no cree que eso sea así: «El mal que hay en el mundo siempre viene de la ignorancia y las buenas intenciones pueden hacer tanto daño como la malevolencia».
Al inicio los habitantes de Orán responden a la plaga con terror, desafío y fe, pero a medida que la enfermedad se extiende y los controles oficiales se vuelven cada vez más estrictos, la resignación termina por instalarse. Así, las sutilezas y los tabúes comienzan a desmoronarse; los muertos, al inicio enterrados con reverencia, comienzan a ser eliminados de formas cada vez más insensibles.
Camus se refiere a Orán como “la más común de las ciudades”, invitándonos de esa forma a pensar que nuestro actual virus, como cualquier otro en el futuro, puede emerger y trastocarnos la vida. De espíritu grandioso, Camus nos ubica en la puerta de las preguntas; no nos brinda respuestas y sólo nos invita, a través de sus textos, a que reflexionamos sobre nuestras coordenadas existenciales.
Actualmente buena parte del mundo se parece a la Orán de Camus. Confinados y en aislamiento, esta coyuntura nos invita no a quejarnos sino a “ir hacia dentro”, en procura de nuestra intimidad y de las respuestas a aquellas preguntas universales y desligadas de marcos temporales y espaciales: ¿qué es lo importante? ¿por qué y para qué vivimos? ¿están medianamente alineados nuestros pensamientos, palabras y actos? ¿es necesaria esta crisis para reflexionar sobre la naturaleza de mi existencia, saber si ésta tiene un propósito que vaya más allá de mis narices o por el contrario se caracteriza por la solidaridad y la fraternidad?
La peste pasa, en Orán así como tarde o temprano pasará en nuestro 2020. Por el camino habrá dejado al descubierto lo mejor y lo peor del ser humano, desde el egoísmo, la insensibilidad y todas las miserias imaginables, hasta la cotidianeidad heroica de los hombres y mujeres comunes que hacen lo correcto, que no es otra cosa que sacrificar algo del bienestar propio para cuidar a los demás.
El Dr. Rieux dirá: “puede parecer una idea ridícula, pero la única manera de combatir la plaga es la decencia”.
La peste es vencida y en Orán las ratas vuelven a estar vivas, dando cuenta que la plaga ha remitido. La gente retoma sus vidas y la normalidad se instala nuevamente. Y la pregunta clave: ¿la gente olvida y solo vuelve a vivir sus vidas como si nada hubiera sucedido o algo de la crisis disparó preguntas nuevas sobre cómo vivimos?
A la peste de turno poco le importa esto y Camus así nos lo recuerda: “El bacilo de la peste nunca muere o desaparece, puede permanecer dormido durante décadas en los muebles o en las camas, aguardando pacientemente en los dormitorios, los sótanos, los cajones, los pañuelos y los papeles viejos, y quizás un día, solo para enseñarles a los hombres una lección y volverlos desdichados, la peste despertará a sus ratas y las enviará a morir en alguna ciudad feliz”.