Un tercio de este año se está yendo y aún estamos con el covid en la cabeza, en el aire, cubriéndonos o, mejor dicho, acompañándonos casi que por todas partes y a toda hora. El virus continúa incidiendo enormemente en nuestras vidas cotidianas y con perspectiva amplia hoy es una bendición tener salud y trabajo, eso que escasea o brilla por su ausencia en numerosas personas y familias.
La luz al final del túnel se divisa allá lejos, de la mano de las vacunas y la famosa inmunidad de rebaño. No parece una utopía a la luz de lo que comienza a ocurrir en países como Israel y Francia, donde ya no usan barbijos en el primero y comienzan a abrir los locales en el segundo. ¿Será cuestión de mantener la esperanza y confiar que volveremos a eso que antes conocíamos como normalidad?
La respuesta a esta pregunta la iremos vislumbrando conforme pasen las semanas y los meses. Mientras tanto, en el medio de esta crisis es crucial elegir mantenernos unidos y sin ceder a los cánticos del “sálvese quien pueda”.
Estos últimos 13 meses han desnudado todo aquello que se venía expresando tímidamente en el tiempo pre-pandemia, dejando a personas, familias y comunidades más asustadas, confundidas, ansiosas y empobrecidas. Por ello, las actuales coordenadas demandan no rendirse y seguir cultivando la paciencia y la esperanza, así como la imaginación y la perseverancia para construir dispositivos de ayuda en el que seguir acompañándonos, remando y sosteniendo el timón hasta que la tormenta pase.