El pasado 20 de julio se cumplieron 50 años de la llegada del hombre a la Luna, nuestro único satélite natural. El viaje del Apolo 11 marcó un antes y un después en la historia de la humanidad, puesto que fue la primera vez que el hombre pisaba tierra en un sitio que no era nuestro planeta. El alunizaje, que fue transmitido por la televisión en todo el mundo, se convirtió en uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX.
Este aniversario nos da pie para compartir una anécdota, o si se quiere una suerte de leyenda urbana, sobre un conserje de la NASA, quien interrogado (en los años ’60 del siglo pasado) por un visitante sobre cuál era su ocupación en la organización no respondió que lo suyo era limpiar pisos y ventanas, sino que con orgullo y claridad contestó: «ayudo a poner a un hombre en la luna».
Esta historia, seguramente muy romántica e idealista, nos ilustra sobre cómo los trabajos aparentemente menores pueden estar llenos de significado. Existe un fuerte cuestionamiento acerca de cómo la burocracia y las relaciones entre jefes y empleados pueden despojar al trabajo de su alma.
En su libro El Artesano, el sociólogo Richard Sennett argumenta que la economía moderna brinda menos posibilidades de desarrollar la maestría en un trabajo y en lugar de eso vamos apresurados de tarea en tarea, de trabajo en trabajo, siendo en gran medida la tecnología la que determina el ritmo al que trabajamos y las habilidades que usamos.
El camino a la alienación está empedrado de trabajos empobrecidos y sin sentido
El taller es el hogar del artesano, expresión que debe entenderse históricamente en su sentido literal. […] Es fácil comprender el atractivo romántico que el taller-hogar ejercía sobre los socialistas que afrontaban por primera vez el paisaje industrial del siglo XIX. Karl Marx, Charles Fourier y Claude Saint-Simon veían en el taller un espacio de trabajo humano, donde también parecían encontrar un buen hogar, un lugar en el cual el trabajo y la vida se entremezclaban. – Richard Sennett –
Mientras que Sennett lamenta la pérdida de saber acumulado como consecuencia de la aceleración reinante en la actualidad, el antropólogo David Graeber posiblemente va incluso más lejos al describir trabajos que no tienen sentido en su esencia. Graeber, primero en un artículo en 2013 y luego en su libro Trabajos de mierda, hizo una división entre trabajos de verdad y trabajos de mentira y/o abusurdos, definiéndolos como aquellos empleos en «… que la persona que lo lleva a cabo considera que es inútil, y que si no existiese no cambiaría nada o, incluso, convertiría el mundo en un lugar mejor”.
La crítica de Graeber no es nueva y guarda relación con la noción de «alienación» de los trabajadores, que describe el proceso mediante el cual las personas se sienten desconectadas del fruto de su trabajo.
En tanto el diagnóstico básico es de larga data, la raíz del problema es profunda. El significado y el propósito en el trabajo provienen de un sentido tangible de que uno tiene un trabajo que vale la pena realizar y que dicho trabajo puede ser hecho con excelencia. Esto es importante a la luz de una necesidad humana de crear algo significativo, aprender y desarrollar habilidades, aplicar fortalezas y capacidades, así como alcanzar objetivos que consideramos valiosos. El beneficio de esto es tanto personal como organizacional.
Llegados hasta acá, podríamos preguntarnos qué se puede hacer con respecto a la falta de significado y alienación en el trabajo.
En primer lugar hay que reconocer el problema. Suponiendo que la historia del conserje de la NASA sea cierta, la misma debe ser usada con cuidado. Engañar a las personas no es una opción, de modo que hay que tener claro que en general el trabajo menos calificado y con menos responsabilidades es menos probable que tenga sentido, por lo que los empleadores harían bien en ayudar a esos trabajadores a mejorar sus habilidades y en consecuencia, de ser posible, a buscar oportunidades para desarrollarse en otros roles.
El rol de los jefes, referentes y/o líderes es relevante
La historia del empleado de la NASA también sugiere que la motivación proviene de los empleados que pueden interiorizar la visión organizacional y vivirla en la práctica. En este sentido, cabe agregar que el papel de quien lidera consiste en gran medida en vivir él la visión de la organización y viralizar la misma a lo largo y ancho del ecosistema organizacional. Igualmente, el problema con esto último es que cuando las personas encuentran un trabajo significativo, tiende a ser algo que descubren por sí mismas.
La falta de sentido en el trabajo, por otro lado, suele ser el resultado de cómo se trata a los empleados. Hasta cierto punto, esto significa que los jefes harían bien en asegurarse de no interferir con el sentido que su gente encuentra trabajando en la organización. Algo así como la frase atribuida a Hipócrates en el 460 AC: ante todo no hagas daño. Pero eso no es todo lo que pueden hacer los jefes, líderes y/o referentes. También pueden desempeñar un papel clave brindando a las personas reconocimiento y un sentido tangible de haber contribuido a la organización.
Un «gracias» y un «bien hecho» pueden tener un impacto insospechado, además de ser fundamentales para fomentar una cultura amplia, contenedora, respetuosa y potenciadora. En síntesis: si bien el significado en el trabajo es algo singular, una apreciación y reconocimiento no sólo lo legitima sino que también lo puede reforzar.