La semana pasada, terminando una consulta, una paciente, sexagenaria larga ella, me pregunta si atendía muchas personas mayores. Dado que estábamos finalizando la sesión le propuse retomar el tema en la siguiente, y abordarlo a partir de dos interrogantes: «¿por qué me preguntas eso»? y «¿qué querés decir con mayores?».
«Muévete y el camino aparecerá»
Proverbio Zen
El mundo está en movimiento y como afirmaba en posts anteriores nos encontramos en tránsito desde un mundo ordenado y previsible a otro complejo, incierto y volátil. No hay dudas que la tecnología ha sido el gran dinamizador de estos cambios.
En la esfera social y personal, en estos últimos 30 años también hemos visto mutaciones sobre los tabúes. Pensemos por ejemplo qué es lo que estaba velado, tapado, hace dos o tres décadas. Cuando uno caminaba por la calle y pasaba frente a un kiosko, ¿qué era lo que estaba tapado, qué revistas estaban semiescondidas? Y cuando íbamos a un videoclub (lectores menores de 20 años tal vez tengan que preguntar a sus mayores), ¿cuáles películas estaban apartadas de las otras?
Lo que se tapaba y escondía, de lo que no se hablaba, era sobre sexo. Ese era el gran tabú hasta hace 20 o 30 años. Cambia, todo cambia, reza la canción. ¿Y hacia dónde mutó el tabú? Hacia la muerte, hacia el pánico a la finitud. Sí, claro, todos nos vamos a morir y no debe de haber motivo más potente que esta idea, saber que «la vida en tanto actividad de riesgo», tiene fecha de caducidad. Pero no así nuestro legado.
Antes la muerte estaba integrada al proceso de la vida, como una etapa más, obviamente ligada al final de la misma. La muerte estaba naturalizada. Se velaba al difunto en la propia casa y, para los que quedaban, el color negro se imponía como compañía durante un buen tiempo. Con el correr de los años, se pasó a velar a los difuntos en casas velatorias. Pero con una salvedad: se realizaban de corrido, durante muchas horas. Últimamente se aprecia el horario fraccionado para velar al muerto; algo así como «cortemos para ir a descansar».
Las publicidades de gran cantidad de productos tienen que ver con exaltar la juventud y la potencia. Tener arrugas y cicatrices (externas o internas) parece que no es «sexy». El culto a la juventud y el mandato a ser felices de modo constante es el nuevo dogma. Los sufrimientos y las «pequeñas muertes» cotidianas rápidamente hay que dejarlas de lado, sin integrarlas y elaborarlas.
Duelar, elaborar los sufrimientos, es necesario para continuar. Negar el dolor es como pintar arriba de la humedad. No es la metáfora más feliz pero creo que se va a entender. Negar el sufrimiento, «barrer la angustia para debajo de la alfombra», es creer que uno avanza cuando en realidad se encuentra arriba de un caminador de gimnasio.
Es un hecho constatable que las personas vivimos más años que hace medio siglo. No obstante, cantidad no es sinónimo de calidad. Tampoco es lo mismo los 75 años en Montevideo, que en la selva amazónica, que en Siria o que en Francia. Lo que sí está claro es que el envejecimiento es ineludible y algo de lo que no podemos escapar.
Me gusta pensar que el tránsito que revelan nuestras cédulas de identidades se corresponde con la transformación de deportistas en artistas. Del deporte al arte, de un físico potente a una mente sabia. De la vitalidad y potencia del cuerpo a la potencia y vitalidad de la mente.
En este sentido, podríamos afirmar que ser viejo es una decisión subjetiva de carácter individual. El criterio no es cronológico. Ser viejo no es sinónimo de enfermedad y en consecuencia de estar medicado. ¿Acaso no vemos «viejóvenes» apáticos, entregados y con pocas ganas de «comerse el mundo»… y por el contrario, sexagenarios y más, sintiéndose protagonistas del tiempos que le toca vivir?
El mundo dejó de ser lineal. El tiempo que indicaba que había una edad para estudiar, otra para trabajar y otra para jubilarse se terminó. Hoy cada uno tiene más posibilidades que antes para decidir dónde quiere influir, sumar e impactar; en síntesis, cómo ser protagonista de su vida.
El desafío es aliarse a la idea, así tengas 20 o 75 años, de que cada uno puede decidir cuándo y para qué es viejo.
En tu caso, teniendo presente que no se trata del año en que naciste, sino de la actitud y el protagonismo que quieras imprimirle a tu vida, ¿qué estás haciendo para vivir más plenamente, has duelado aquello que no has podido conseguir, seguís creyendo que lo bueno es aquello que está por venir, te seguís quejando porque los astros no se alinean contigo, crees que el desafío y el cambio no son para vos?
La decisión es tuya: o arriba del caminador o construyendo caminos.
Un comentario sobre “Viejos son los trapos”