Normandie: del combate al hogar

De niño pasaba horas leyendo libros sobre la Segunda Guerra Mundial. Batallas, aviones, estrategias. No sabía entonces que, detrás de esas historias de fuego, algo en mí ya estaba aprendiendo a leer el cielo. Me fascinaba el poder del aire, la precisión de los pilotos, la idea de que el rumbo dependía de una sola decisión. Sin entenderlo, ya había algo de mi propio padre en esa fascinación: el vuelo, el riesgo, el impulso.

Años después, la vida me trajo a vivir a un edificio llamado Normandie. Y cada vez que entro, sonrío por dentro: el niño que leía sobre la guerra vive ahora en un lugar que lleva el nombre del día en que la guerra empezó a terminar. Del desembarco al descanso.

Las columnas de mi casa, así como algunas de mis lecturas favoritas, me recuerdan a Roma, a la solidez, al arte de sostener el peso con belleza. Entre las plantas, las guitarras y la luz del mediodía, algo en mí encuentra su propio orden.

Ya no necesito ganar altura ni planear estrategias. Necesito habitar la calma. El aire sigue siendo mi elemento, pero ahora vuela desde otro lugar: ya no desde la fuerza, sino desde la confianza.

De la guerra a Roma hay un mismo aprendizaje:
aprender a sostener la fuerza con suavidad,
a convertir la estrategia en estructura,
y el impulso en forma.
Lo que antes fue cielo y combate, hoy es tierra y hogar.


Este texto dialoga con “Never Surrender”, escrito en 2021.
Si entonces hablaba de resistir, hoy hablo de rendirme sin perderme.
De pasar del combate al hogar, del impulso al reposo, del cielo abierto al refugio interno.

Entre el aire y el mar: la brújula interior

Vengo de una historia marcada por el movimiento.

De mi padre heredé el aire: el vuelo, la dirección, el impulso de ir más alto. El piloto de caza que fue, con su precisión y su riesgo, me enseñó la fuerza del foco y también el costo de perder contacto con la tierra.

Durante años lo critiqué por esa distancia —por no haber estado más presente—, y sin darme cuenta, muchas veces yo también viví demasiado en el aire. Hoy aprendo a integrar: volar, sí, pero con raíces.

De mi amigo Diego Rombys, el marino, aprendí la calma y la lectura del clima. No se trata de dominar el mar, sino de entender sus corrientes y ajustar el rumbo. Del vuelo a la navegación: del control a la confianza. El mar me enseñó a trabajar desde la escucha, no desde la fuerza.

Y de mi abuelo Renato, el cronometrista, aprendí el ritmo. El tiempo de la carrera, el sentido del equipo, la importancia de saber cuándo tirar y cuándo dejarse llevar por el pelotón. De él viene mi amor por los procesos, por acompañar el pulso humano más que el resultado inmediato.

Aire, mar y tierra en movimiento: tres lenguajes de orientación que hoy se vuelven brújula interior. Mi manera de estar en el mundo profesional —como psicólogo, consultor y acompañante— nace de esas tres herencias: el foco, la escucha y el ritmo.

Ya no busco ganar altura ni velocidad. Busco equilibrio.

Entre el impulso y la paciencia, entre el viento y el agua, entre la acción y la presencia.

Esa es mi forma actual de navegar, de volar, de vivir.

La alianza como brújula

Lo que aprendí acompañando la voz del paciente

A veces las entrevistas son más que entrevistas: son espejos. La semana pasada, al conversar con Diego Rodríguez para COLANSA, sentí que no estaba hablando solo de un proyecto del pasado, sino de un proceso que todavía me habita.
Volví a la Alianza de Pacientes Uruguay, y descubrí que esa historia sigue siendo una brújula que orienta mi manera de trabajar, de acompañar y de cuidar.


La Alianza nació antes de tener nombre. Entre 2013 y 2018, en la Fundación Salud del Sindicato Médico del Uruguay, un grupo de organizaciones de pacientes comenzó a reunirse impulsado por el Dr. Alfredo Toledo. No había estructura, pero sí una intuición fuerte: que la voz del paciente debía estar en el centro de las decisiones de salud.

Esa pregunta, que hoy guía mi trabajo como consultor, fue la semilla de toda una cultura. El objetivo no era solo defender derechos, sino cuidar el modo en que se cuida.


Durante algún tiempo pensé que construir una alianza era diseñar una estructura. Hoy sé que es cultivar un organismo vivo. Las alianzas, como los jardines, necesitan tierra fértil, constancia y confianza. Se sostienen por vínculos, no por reglamentos. No responden a una lógica mecánica sino orgánica, como una bandada de pájaros o un pelotón de ciclistas: movimiento, ritmo y dirección compartida.

En la práctica aprendí a leer sus ondas:

  • Onda larga: el propósito, la voz del paciente.
  • Onda media: los vínculos, la escucha, el lenguaje común.
  • Onda corta: las urgencias, el dolor inmediato, la gestión del ahora.

El desafío fue —y sigue siendo— mantener las tres en equilibrio. Que lo urgente no devore lo importante; y que el propósito no se desconecte de la acción.


Uno de los mayores aprendizajes fue distinguir la representatividad de la propiedad. Una alianza no pertenece a quien la preside: pertenece a la idea que la sostiene. Si depende de una persona, es frágil;
si depende de una convicción compartida, se vuelve cultura.

El liderazgo, entonces, no es una función de mando sino de servicio. Consiste en mantener viva la conversación que une, incluso cuando hay diferencias. En preservar la llama, no en apropiarse del fuego.


En la entrevista mencioné una metáfora que generó sonrisas: la de la Coca-Cola. Dije que la personería jurídica es el envase, y el espíritu colectivo, el contenido. Se puede tener un envase perfecto y estar vacío, o tener contenido vivo sin estructura visible. Lo ideal es que ambos crezcan juntos: la forma que ordena y el alma que inspira.


A la distancia, comprendo que la Alianza fue mi primer ensayo sobre lo que hoy llamo Cultura del Cuidado. Allí descubrí que cuidar no era suavizar el conflicto, sino mantener el vínculo en medio de la tensión. Que cuidar era animarse a mirar al otro sin apuro, sin juicio, sin miedo.

Esa experiencia sembró una forma de presencia que hoy atraviesa todo lo que hago: mi práctica clínica, mi trabajo en Compass, mi modo de comunicar. En ese sentido, la Alianza no terminó: evolucionó.


A veces me preguntan si la Alianza de Pacientes sigue activa. Y respondo que sí, aunque no siempre con la misma forma. El fuego que encendimos sigue ardiendo en cada organización que escucha, en cada profesional que pregunta cómo se sintió la persona a la que atiende, en cada red que elige cooperar en lugar de competir.

Porque una alianza no es una estructura: es un estado de conciencia compartido. Un modo de estar juntos. Una frecuencia.


Hoy, al mirar atrás, reconozco que esa etapa no fue un capítulo más de mi historia: fue el origen de mi manera de entender el trabajo, el liderazgo y el cuidado. La Alianza de Pacientes me enseñó que el cambio real no se impone: se teje. Y que, a veces, la mejor gestión es la que respira.

Hoy sé que cuidar no fue solo un tema de salud, fue una forma de vivir con sentido.


Basado en la entrevista realizada por Diego Rodríguez (OMIS – COLANSA, octubre 2025). Las ideas aquí expresadas reflejan mi experiencia personal como cofundador y ex presidente de la Alianza de Pacientes Uruguay.

El cuidado también se entrena

Hay lugares donde el cuerpo aprende lo que las palabras apenas pueden enseñar. La Escuela de Jockeys es uno de esos lugares. Allí, el esfuerzo se vuelve hábito, la concentración se vuelve respeto, y el vínculo con el caballo enseña tanto como cualquier lección.

Llevo más de una década acompañando la formación de jóvenes en la Escuela. A veces se trata de enseñar técnica y estrategia; otras, de sostener silencio y mirada.

En cada clase se cruzan la disciplina, el cuerpo y el sueño: aprender a montar es también aprender a conocerse, a cuidar el instrumento que uno es.

En estos días la Escuela fue noticia, y me alegra que se vea el esfuerzo y la constancia de tantos. Pero lo que más me conmueve sigue siendo lo invisible: ese momento en que un alumno comprende que la norma no lo limita, sino que lo forma; cuando la serenidad reemplaza la ansiedad; y cuando el respeto se vuelve natural.

Porque en el fondo, cada jinete —como cada persona— aprende a conducir su propia energía.


Podés leer la nota completa publicada por Telemundo aquí: