El cuidado también se entrena

Hay lugares donde el cuerpo aprende lo que las palabras apenas pueden enseñar. La Escuela de Jockeys es uno de esos lugares. Allí, el esfuerzo se vuelve hábito, la concentración se vuelve respeto, y el vínculo con el caballo enseña tanto como cualquier lección.

Llevo más de una década acompañando la formación de jóvenes en la Escuela. A veces se trata de enseñar técnica y estrategia; otras, de sostener silencio y mirada.

En cada clase se cruzan la disciplina, el cuerpo y el sueño: aprender a montar es también aprender a conocerse, a cuidar el instrumento que uno es.

En estos días la Escuela fue noticia, y me alegra que se vea el esfuerzo y la constancia de tantos. Pero lo que más me conmueve sigue siendo lo invisible: ese momento en que un alumno comprende que la norma no lo limita, sino que lo forma; cuando la serenidad reemplaza la ansiedad; y cuando el respeto se vuelve natural.

Porque en el fondo, cada jinete —como cada persona— aprende a conducir su propia energía.


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Cuidar el oficio, formar a las personas

Cuando asumí la coordinación de la Escuela de Jockeys sabía que no se trataba solo de transmitir técnicas o preparar físicamente a los estudiantes. Lo que estaba en juego era mucho más profundo: acompañar a jóvenes en una etapa vital desafiante, con historias diversas y muchas veces marcadas por la adversidad, en el camino de convertirse no solo en profesionales del turf, sino en personas íntegras.

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