Hacer hogar en uno mismo

Cada semana escucho adultos que sostienen la vida entera con las manos: trabajan, cuidan, responden, resuelven. Personas sensibles, responsables, capaces. Y sin embargo, agotadas.

Por fuera funcionan. Por dentro están lejos de sí mismas. Y no es falta de voluntad. Es falta de hogar interno.

  • “No sé para qué vengo”.
  • “No tengo tiempo».
  • “Si aflojo, se cae todo”.

No es rechazo a la terapia. Es desconexión consigo mismos. Porque el silencio incomoda, la pausa duele y la intimidad asusta. Porque cuando el automático se detiene… aparece uno.

Hay personas que nunca tuvieron un hogar interno:

  • un lugar emocional donde descansar,
  • donde sentirse,
  • donde poder caer.

Crecieron adaptándose y no habitándose. Sosteniendo y no siendo sostenidos. Y en la adultez, esa historia se vuelve forma de vida:

  • casas, pero no hogar;
  • vínculos, pero no refugio;
  • rutinas, pero no descanso;
  • cercanía, pero no alojamiento.

La vida se transforma en un itinerario y no en un lugar propio.

El consultorio es un espacio extraño para quienes siempre vivieron hacia afuera:

  • no hay exigencias,
  • no hay que sostener a nadie,
  • hay tiempo propio,
  • hay escucha,
  • hay descanso.

Para muchos adultos, eso es tan nuevo que duele. Y cuando aparece algo verdadero —una emoción, una memoria, una pregunta— aparece también la tentación de salir corriendo. No huyen del terapeuta. Huyen de la experiencia desconocida de ser alojados.

No se trata de convencer. No se trata de retener. No se trata de empujar. Se trata de ofrecer un lugar estable, respetar el ritmo, y dejar que la presencia haga su trabajo.

El automático nos salva cuando no hay otra opción. Pero llega un momento en que deja de proteger y empieza a doler. Entonces aparece un deseo nuevo, suave, tímido, adulto: hacer hogar en uno mismo.

Empezar a habitar la vida desde adentro. No desde el ruido. No desde las obligaciones. No desde el automático. Y sí desde el pulso propio.

Puede llevar tiempo. Puede requerir ayuda. Puede dar miedo. Pero siempre vale la pena.



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