No todo lo que duele es igual. Angustia y tristeza. Dos palabras que solemos usar como si fueran intercambiables. Pero no lo son. Detrás de cada una, hay una vivencia distinta, un tipo de sufrimiento diferente y por eso, también, caminos diferentes para aliviarlo.
Angustia: el nudo que anticipa
La angustia se experimenta como un nudo en el pecho, un vacío en el estómago, una sensación sin nombre que aprieta, que inquieta, que desborda. Muchas veces, no sabemos por qué estamos así. Y esa falta de causa aparente es parte de su definición clínica: la angustia no tiene un objeto claro.
En psicoanálisis, Lacan la define como “un afecto que no engaña”, porque nos señala algo verdadero que está en juego, aunque no podamos ponerlo en palabras. Aparece cuando el sujeto se siente desbordado por un deseo o por una demanda del Otro que no puede tramitar. Es el cuerpo hablando cuando el lenguaje no alcanza.
Tristeza: lo que se llora por dentro
La tristeza, en cambio, sí tiene causa. Suele enlazarse a una pérdida, una decepción, una herida. La tristeza tiene historia, tiene recuerdo. Es un duelo que aún se está elaborando o un deseo que no se realizó. A diferencia de la angustia, la tristeza puede nombrarse: “Estoy así por esto que pasó”.
Y aunque duela, la tristeza es una experiencia humana válida. Nos conecta con nuestra vulnerabilidad, nos permite detenernos y repensar lo vivido. A veces, nos ayuda a cerrar ciclos. Otras veces, nos empuja a buscar consuelo. Pero también puede volverse densa, pegajosa, cuando se cronifica y no encuentra salida.
¿Cómo distinguirlas?
| Angustia | Tristeza | |
|---|---|---|
| Origen | Sin objeto claro, sin causa aparente | Relacionada con una pérdida o hecho |
| Sensación | Vacío, opresión, malestar difuso | Pesadez, decaimiento, llanto |
| Temporalidad | Anticipatoria: “algo va a pasar” | Retrospectiva: “esto ya pasó” |
| Tramitación | Se expresa por el cuerpo o el acto | Se puede relatar, aunque duela |
¿Qué necesitan?
Ambas formas de sufrimiento merecen ser tomadas en serio. No se trata de ver cuál “duele más”, sino de aprender a escuchar lo que cada una viene a decir. La angustia necesita ser contenida, alojada en un espacio que le devuelva un marco simbólico. La tristeza, elaborada, escuchada, tramitada sin apuro ni minimización.
Ambas pueden encontrar alivio en un espacio terapéutico que no juzgue, que no acalle, que no recete “ponerse bien” sin más.
Lo que no ayuda:
- “Ya va a pasar, no te pongas así”.
- «Tenés que ser fuerte”.
- “Hay gente que está peor”
Estas frases bienintencionadas muchas veces refuerzan el aislamiento de quien sufre. Imponen una salida rápida al malestar y lo transforman en vergüenza.
Lo que sí ayuda
- Presencia afectiva sin exigencias.
- Palabras que abran y no que cierren.
- Un espacio donde sea posible sentir sin tener que justificarse.
Y si el malestar persiste, se repite y se intensifica, iniciar una psicoterapia puede ser un acto de cuidado y de valentía.
Para finalizar: no todo malestar es igual. Y no todo dolor se calma con las mismas respuestas. Pero toda forma de sufrir merece ser escuchada. Porque el sufrimiento también tiene algo para decir. Y cuando encuentra un lugar para hacerlo, comienza a transformarse.
Crédito de la imagen destacada: https://www.pexels.com/es-es/foto/persona-ahogandose-en-el-agua-3651632/
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