Acompañar, compartir y resonar

Hay un momento en el camino en que las palabras dejan de explicar y empiezan a acompañar. Ya no se trata de enseñar ni de convencer, sino de estar. De compartir la experiencia sin apuro, sin meta y sin buscar eco inmediato.

Después de tanto vuelo, tanta búsqueda y tanta calma alcanzada, siento que lo que sigue no es elevar más, sino compartir el aire. Abrir espacio para que otros respiren cerca, sin perder mi propio ritmo.

Durante años mi impulso fue sostener, producir, llegar. Hoy el gesto cambia: quiero acompañar.

Caminar junto a otros, escuchar su frecuencia, dejar que nuestras resonancias se mezclen un momento y luego sigan su curso.

Porque acompañar no es dirigir, ni salvar, ni explicar: es habitar el mismo pulso, el mismo silencio, la misma confianza.

Compartir no es repartir, es permitir que algo circule. Y resonar no es repetir, es dejarse transformar por el encuentro.

Acompañar, compartir y resonar son las tres formas en que hoy entiendo mi trabajo y mi vida. Tres maneras de cuidar el vínculo, de sostener la coherencia y de ofrecer presencia sin imponer dirección.

Entre el aire, el mar y la tierra —entre el impulso, la escucha y el ritmo— encuentro mi hogar interior.
Y desde ahí, todo vuelve a tener sentido: el cuerpo, la palabra, el trabajo y los vínculos.


A veces las palabras se ordenan solas y trazan un recorrido sin que uno lo planee. Este ciclo de tres textos —Entre el aire y el mar, Normandie y Acompañar, compartir y resonar— dibuja un mismo movimiento: Del impulso heredado, al descanso elegido, a la resonancia compartida. Tres estaciones del mismo viaje: del aire que impulsa, al hogar que contiene, al encuentro que expande.


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