Al principio todo fluía. Luego, casi sin darse cuenta, algo empezó a cambiar. El diálogo se fue apagando, la conexión emocional disminuyó y los gestos cotidianos comenzaron a generar tensión en lugar de cercanía. Lo que antes era cariño, hoy puede sentirse como distancia, reproche o indiferencia.
En muchas parejas, los conflictos no estallan de un día para otro. Se acumulan pequeños roces, frases no dichas, frustraciones que se arrastran. A veces se intenta hablar, pero las discusiones giran en círculos. Se repiten los reproches, se cierran los oídos. Y por más que haya amor o buena voluntad, cuesta encontrar una salida.
La terapia de pareja no busca señalar culpables. Es un espacio de escucha, mediación y transformación. Un lugar para revisar los vínculos, entender qué se juega en cada conflicto y recuperar —si existe el deseo— una forma más sana de estar juntos. También puede ser un espacio para acompañar una separación, si ese fuera el camino, de forma más consciente y menos dañina.
Cada pareja es única, y cada crisis puede ser una oportunidad: para reencontrarse o para despedirse con cuidado.
Lo importante es no quedar atrapados en el mismo conflicto sin poder nombrarlo.





