Se hacen los V8

Hablar de motores es hablar fundamentalmente del mundo del transporte y hablar de cilindrada y caballos de fuerza es hablar de potencia, en cuya materia los motores V8 son, podríamos decir, lo máximo en el tema.

Unas semanas atrás conversando con un paciente que tiene en venta su auto (de alta gama y motor V8), me comentaba la situación de los potenciales compradores que iban a ver el vehículo. Le hacían preguntas varias sobre las características del coche, desde el rendimiento y consumo hasta el precio de la patente y el seguro, hasta que medianamente decididos de avanzar en la compra daban un paso más: llamaban a sus esposas para consultarles de la compra que querían realizar. Relatando estas situaciones, mi paciente comentaba que estos varones, amantes de estos feroces y potentes autos, no son sino que se hacen los V8.

La anécdota que terminas de leer viene a cuento para hablar de la masculinidad y el camino de la masculinización en tiempos volátiles, inciertos y vertiginosos como los actuales.

Ya casi que es una obviedad decir, fundamentalmente para los que pasamos nuestras infancias y adolescencias antes del inicio de este siglo, que el mundo ha mutado significativamente. No es una locura afirmar que internet ha puesto patas para arriba el mundo tal como lo conocíamos 20 o más años atrás. La tecnología y la aceleración que esta trajo consigo han transformado prácticamente todos los ámbitos, desde el político y económico, hasta el social, familiar y laboral. A este último la pandemia le ha terminado de poner la frutilla arriba de la torta y no es aventurado decir que de aquí en más la relación entre presencialidad y virtualidad, entre muchos otros aspectos, va a tender a modificarse.

En lo relativo a la masculinidad, que es lo que hoy nos concierne, también ella se ha visto afectada con la irrupción de las comunicaciones 24/7. Hablar de masculinidad es hablar también de pareja, familia, erotismo, soltería, compromiso, fidelidad, libertad y realización personal; tal vez, y sintetizando, es hablar de las relaciones afectivas entre varones y mujeres.

Aquí algunas preguntas para fomentar el debate: ¿a lo que hoy asistimos es al fin de la masculinidad tal cual la conocíamos? ¿Las formas de amor de nuestro tiempo son distintas a las de hace 20 o 30 años? ¿el lugar del hombre ha cambiado?

Abanico cerrado, abanico abierto; de la homogeneidad a la heterogeneidad

Si en el siglo XX (la época pre-internet) y los anteriores la masculinidad era una suerte de paquete cerrado definible en singular, en este siglo XXI hemos de referirnos a la masculinidad en plural, hemos de hablar de una multiplicidad de matices en torno a ella. La masculinidad de antes era como un abanico cerrado, unívoco, hegemónico, con una sola versión, mientras que la masculinidad en la actualidad es mejor pensarla como un abanico abierto en la que es posible observar muchas caras y/o versiones.

Para definirse como varón en nuestro tiempo cada vez es menos necesario demostrar y hacer gala de la potencia, entendida esta como la posibilidad de evidenciar destrezas en algo o la capacidad aventurarse en actividades riesgosas.

Atrás van quedando los estereotipos de varón rudo y recio, al estilo de aquellos comerciales de Marlboro, siendo cada vez más actuales las publicidades en las que los varones, para definirse como tales, se muestran inseguros, dubitativos y poco dados al riesgo.

La masculinidad tradicional y hegemónica hasta hace 20 o 30 años, además de que estaba estrechamente ligada a la demostración de la potencia, suponía que la voz pública por excelencia era la del varón, incluso cuando esa voz fuera expresada en el espacio privado del hogar.

En la actualidad el varón parece en retirada y la voz pública está siendo tomada por las mujeres, quienes, al estilo de Mérida en Valiente, ya no esperan a un príncipe azul en la torre del castillo ni sueñan con esperar a su marido, cuando lo tienen, horneando pasteles.

Hacerse hombre no viene de fábrica. Venir con el hardware no quiere decir tener el software instalado. No se nace hombre sino que la hombría necesita del atravesamiento o procesamiento de conflictos que permiten acceder a la masculinidad.

Dejar a mamá y tener nombre propio

El camino de la masculinización, con independencia de la variedad o el matiz del que estemos hablando, tiene que ver fundamentalmente con dos movimientos o dos cuestiones: la primera con salir del lugar de hijo y la segunda con asumir una posición paterna.

Vayamos de a una. Salir del lugar de hijo quiere decir, en criollo, con salir de debajo de la pollera de mamá; tiene que ver con amar sin esperar que el otro te ame como lo hacía/hace tu mamá. Amar a alguien que no es mamá es hacerlo a sabiendas de que no hay garantías ni seguridades. Podríamos decir, tal vez, que es una actividad de riesgo. Amar fuera del nido (de mamá) es potencialmente riesgoso.

Tal vez por eso muchos hombres que evidencian odio a las mujeres (maltratándolas, denigrándolas, violentándolas e incluso huyendo) son aquellos que aún están atrapados en el lazo con su madre.

Avanzando en esta línea, varones que odian a las mujeres no por la influencia de otro varón, sino que fundamentalmente por aún seguir capturados en la relación con su madre. Hombres que, como un adolescente viviendo su primer amor, ama a su mujer como amo a su mamá cuando era niño. Dicho de otra forma: es el conflicto del enamoramiento en el que se reedita la relación temprana con la madre, actualizando aquella dependencia primera. De aquí que muchos varones no puedan salir de este primer conflicto y queden, como un disco rayado, repitiendo y repitiendo el mismo guión, en el cual el temor a la pérdida tiende a expresarse (lógica del iceberg) con celos, posesividad e incluso agresión.

Resolver este primer conflicto implica dejar el reino de mamá y aceptar que a la mujer que se ama, que se elige, no se la puede poseer, sino que es alguien que en cualquier momento se puede marchar. Se trata de aceptar esa tensión, esa incertidumbre.

Asumir la posición paterna o tener nombre propio es el segundo movimiento en el camino de la masculinización.

Estamos hablando desde un punto de vista simbólico, por lo cual no se trata de tener o no hijos. No es un asunto de procreación sino de asumir un lugar en la cadena filiatoria, de decirle sí a los líos y conflictos que vienen con un hijo, con un cargo en el trabajo o con una posición pública equis. Dicho con otras palabras: asumir un lugar en el que se van a recibir críticas e intentos simbólicos de asesinato.

De ahí que la posición paterna, cuando se tiene un hijo, es estar para que el hijo se identifique y se fortalezca a través de los múltiples combates simbólicos que se dan durante la crianza.

Asumir la posición paterna es abrazar la intranquilidad, la tensión inherente a las responsabilidades, es decirle a los líos que vienen con asumir un nombre propio, con salir del nido o reino calentito de mamá. Es dejar de ser una suerte de Homero Simpson, que prefiere estar tranquilo y desafectado de toda conflictividad. En síntesis, es abandonar la tibieza, la no implicación y el desentendimiento.

No hay dudas: hacerse reconocer como varón, como hombre, ha cambiado de signo en los últimos años y en ese sentido muchos varones vienen poniendo en cuestión los modos machistas de sus padres y abuelos. Los varones se están (estamos) deconstruyendo, abriendo así el abanico hegemónico de lo que se concebía como masculinidad. Ahora, la deconstrucción no es un puerto de llegada sino un viaje sin final, en el que poder ir ubicando las coordenadas de la personalidad.

El camino de la masculinización poco tiene que ver con los actos de arrojo temerarios o la valentía impostada (cara de malo o pose de valiente). El camino de la masculinización tuvo, tiene y tendrá que ver con aceptar que la impotencia es una posibilidad cada vez que se avanza en dirección a algo que interesa, cada vez que el varón se juega (nos jugamos) algo.

Los varones desorientados de hoy, tal vez ante Méridas deseantes y jugadas/intensas, no encuentran otra opción que vivir en la seducción crónica y permanente, al tiempo de no contemplar como una posibilidad la integración de ternura y erotismo en la pareja.

En nuestro convulsionado tiempo la potencia poco tiene que ver con arrojarse de un puente en una cuerda, tirarse en paracaídas o manejar a 150 km/h por la rambla. Avanzar en el camino de la masculinización implica jugarse, intentar y no preservarse, estar ahí para ser demandado. Implica interesarse y desear, así como sentir vergüenza ante la posibilidad de que la impotencia (el no poder) se haga presente.

5 comentarios sobre “Se hacen los V8

  1. Es así hoy cuesta al hombre asumir también que su rol en la familia no tiene que ver con ,llegó papá ahora verás o arreglate con él.Es un rol de comparto en la familia que formé,límites,respeto a los espacios de cada uno,mamá,no está porque trabaja como yo,o tiene sus actividades.es compartir y abrir el abanico.la masculinidad para mí no es ser el fuerte,el duro,es guía amorosa para los hijos y compañero de ruta en todo,cocinar,acompañar al medico,barrer,etc

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