Pandemia times

En la era pre Covid-19, entre otras tantas series de televisión, muchos de nosotros mirábamos la popular serie británica Black Mirror, asombrándonos por los posibles y oscuros futuros a los que nos podrían estar llevando los adelantos tecnológicos, en asuntos como las redes sociales, la inteligencia artificial, la acumulación de datos sobre nuestra vida, el hackeo de la política, las relaciones interpersonales, etc.

black mirror

Lo cierto es que el coronavirus está resultando más perturbador que cualquier episodio de la popular serie de televisión e incluso de buena parte de la literatura de ciencia ficción.

Desde mediados de marzo estamos confinados en nuestros hogares al tiempo de haber reducido significativamente el contacto corporal con nuestros semejantes. Estamos ante un imprevisto que ha llegado para quebrar estabilidades y seguridades y que nos enfrenta a una diversidad de escenarios futuros en los que la salud mental cobra un papel de relevancia.

En ese sentido y en las últimas semanas he leído algunas de las siguientes noticias sobre los efectos del confinamiento y cuarentena sobre la salud mental de las personas. Aquí algunas de ellas:

  • El director general de la OMS, Tedros Adhanom, afirmaba que “… el impacto de la pandemia en la salud mental de las personas ya es extremadamente preocupante… el aislamiento social, el miedo al contagio y la pérdida de familiares se agrava por la angustia que causa la pérdida de ingresos y a menudo del empleo… está muy claro ahora que las necesidades de salud mental deben ser tratadas como un elemento central de nuestra respuesta al covid-19 y de nuestra recuperación de la pandemia”.
  • Susana Puerto, especialista en empleo juvenil de la OIT, afirma que los jóvenes entre 15 y 24 años serán más golpeados que el resto de la población por la crisis económica derivada de la pandemia de coronavirus.
  • La tasa de suicidios en Japón cayó un 20% en abril en comparación con la misma época de 2019, siendo la mayor caída en cinco años. Este descenso se relacionaría con la disminución de los factores de estrés, como la fuerte presión del sistema educativo, la dureza del sistema laboral, los largos desplazamientos diarios, etc.

En la lectura que un psicólogo hace de lo que acontece siempre está la singularidad, el caso a caso. Si la epidemiología presta atención al conjunto, a los números globales de infectados, testeados e internados, a los psicólogos nos ocupa cómo cada persona se arregla con las circunstancias que le toca vivir. Esa suerte de baile que la persona establezca con las coordenadas existenciales actuales, a nuestro juicio, siempre estarán condicionadas por la que ha vivido anteriormente.

Obviamente hay un cuerpo social, hoy de carácter global, que está afectado y atravesado por el Covid-19 y que asiste a la implantación de medidas muy similares a lo largo y ancho del mundo. Otra cosa es cómo reaccionan las personas como consecuencia de esas decisiones. Saber qué les pasa a todas las personas y al mismo tiempo es algo casi imposible. Detrás de cada estadística que vemos o leemos en la prensa hay dramas personales y familiares bien diversos.

La crisis que está suponiendo esta pandemia afecta de modo diferente la psiquis de las personas. A algunas personas las ha dejado sin trabajo y sin sustento, producto de haber perdido sus fuentes de ingresos. Esto supone una crisis estructural del tejido social que demanda la atención del Estado, como garante de los derechos básicos de las personas.

Hasta el stop generalizado que impuso esta pandemia, nuestro mundo se regía por una gula descomunal, una voracidad por engullir todo aquello que se nos presentaba como necesario para nuestro bienestar y supuesta felicidad.

Así, no es casual que abunden todo tipo de adicciones, que siempre tienen que ver con la dependencia, ésta con la oralidad y en consecuencia con los vínculos más primarios de cualquier persona.

Ir a contracorriente del mandato de nuestra época seguramente no es dejar de consumir ni convertirse en un Robinson Crusoe, aunque para muchos pueda ser una opción. Más que eso es poder instalar una estructura de demora, de pienso y reflexión, entre aquello que se nos presenta como necesario y su posterior adquisición.

En este sentido, además de aquellas personas y familias que ven mermadas sus posibilidades de cubrir sus necesidades básicas, hay otras personas que están pasándola mal, pero en este caso como consecuencia de estar adheridos ciegamente al ideal de nuestra época; ideal que más o menos nos habla y nos dice lo siguiente: “hay que ir de vacaciones”, “hay que comprar en el shopping o las  tiendas”, “hay que vivir nuevas experiencias”, “hay que viajar”, “ganar más dinero”, “conocer más y más personas…”, etc.

A contracorriente

Este confinamiento en el que nos encontramos (así como una marea baja) ha puesto al descubierto esta situación: cuanto más adherido(s) a los mandatos de vértigo que escuchamos diariamente, mayor la posibilidad de sentirse (sentirnos) perdido(s) y sin brújula. El que nadaba contracorriente o era oveja negra en el rebaño, vale decir que disfrutaba sin necesidad de consumir para estar bien, posiblemente esté llevando mucho mejor este inédito momento.

Aquí y allá el mundo se ha detenido y mientras los objetos (sean estos barcos, aviones o trenes) están detenidos y todos juntos, nuestros cuerpos apenas pueden estar cerca de los más íntimos. Nuestras cotidianeidades han sido dinamitadas y estallaron por los aires. Con matices según los países ha tocado quedarse en casa, la cual para algunos podrá ser un hogar y para otros no.

El paso de los días en muchos casos ha convertido el encierro en prisión y ésta en un lugar agresivo. El riesgo puede devenir en peligro, sobre todo cuando no asoma fecha de salida para este túnel oscuro en el que la humanidad se encuentra.

Cuando una crisis parece no tener final es esperable que la ansiedad, con sus malestares psicológicos, devenga en angustia y más esperable aún que esta última se exprese de innumerables formas en el cuerpo, quien a falta de palabras siempre encuentra el modo para expresarse. Así, no es casual que los cuadros de miedo y pánico se hagan presentes en muchas personas. Y hay que aclararlo: de eso nadie se va a morir ni volverse loco.

La incertidumbre parece la marca registrada de nuestro tiempo, favorecida por el vértigo que le imprime a nuestra vida la presencia por doquier de la tecnología. Abstraerse de ella podría asemejarse a querer tapar el sol con la mano, así como temerario desconocer el peligro que significa la invisible amenaza que representa el coronavirus que hoy nos tiene acorralados.

A diferencia de los animales, conscientes de nuestra finitud y negadores de la misma en incontables oportunidades, los humanos podemos ser especialistas en “patear la pelota pa’ delante” o “barrer debajo de la alfombra”. Así como hay cosas que no sabemos, también y quizás más relevante es que tendemos a ignorar lo que sí sabemos.

El detenimiento de las rutinas es un levantamiento de la alfombra o tener la pelota entre los pies, que conlleva la pregunta acerca de qué es lo que se va a hacer con eso que hace sufrir, aclarando que sufrimiento no es igual a patología o enfermedad. No hay dudas que esta crisis dejará huellas y marcas en sociedades y personas, así como desafíos para aquellos que ven como esta crisis actualiza y densifica acontecimientos y vivencias que se ignoraban o creían sepultados.

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Aún no sabemos ni cuándo terminará esta conmoción ni qué derivaciones provocará. No todo se reduce a lo individual y creer en ello puede ser perjudicial. No somos sujetos atomizados y aislados de otros, por lo cual habrá abordajes diferentes según los problemas en cuestión.

Una cosa son los problemas que se derivan del desempleo, la desigualdad y la pobreza, y otros los que se derivan de las heridas que aún supuran por conflictos no resueltos en historias singulares.

¿Y cómo orientarnos entre tanta incertidumbre y volatilidad?

Como hombres y mujeres han hecho desde siempre, apelando  a lo colectivo, a enlazar con otros, dando, recibiendo y también pidiendo cuando así lo necesitemos. Esto pasará y, además de duelar lo perdido para poder así recordar las cosas positivas, la apuesta a seguir creando o en su defecto a volver a crear cuando podamos. Todo ello teniendo bien presente nuestra vulnerabilidad y admitiendo que a veces podemos necesitar ayuda.

2 comentarios sobre “Pandemia times

  1. Es una realidad q en estos difíciles tiempos me he sentido sin brujula, perdida y angustiada, pero gracias a tu sabiduría estoy logrando patear la pelota hacia adelante.
    Gracias Agustín.

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    1. Nilda, qué lindas tus palabras! Lo cierto, para mí, es que los pasos que has dado y das son el resultado de tu valentía para «mirarte dentro», afrontar tus miedos y con mucho coraje tomar permanentemente el timón de tu vida. Abrazo y gracias a vos por permitir que te acompañe.

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